La crisis de la Real Sociedad se nos manifiesta aún a flor de piel, básicamente porque sus acontecimientos datan de los últimos diez días. El dolor, el enfado y la frustración siguen muy vigentes e impiden todavía adquirir algo de perspectiva, cuestionándose decisiones tan puntuales (y posiblemente equivocadas) como la confección de una convocatoria o un doble cambio en el descuento de un partido. Sin embargo, la presentación esta tarde de Pellegrino Matarazzo viene a dar carpetazo ya a semana y media de locos, y nos adentra en época de reflexiones más profundas. ¿Qué ha fallado? ¿Por qué hemos llegado a este punto? La tormenta se ha desatado en otoño, casi en invierno. Pero todo comenzó en verano con la ejecución de una apuesta en la que realmente no se confiaba. Mala forma aquella de empezar a escribir un nuevo libro, encargándole la tarea a un autor sospechoso hasta que se demostrara lo contrario.

Para sorpresa de nadie

Imanol dijo que se marchaba. Y el club se vio así ante un evidente cruce de caminos: ruptura o continuismo. Visto lo bien que había ido la cosa con Alguacil, se optó por lo segundo, aunque con la boca pequeña, casi por obligación. Porque ahora subyace, bajo todo lo que ha ido ocurriendo desde entonces, la sensación de que lo que verdaderamente estaban deseando en la Real era iniciar una especie de revolución, trazar una línea gruesa de separación entre la etapa del oriotarra y todo lo que venía después. Sin embargo, hicieron justo lo contrario. Y, para sorpresa de nadie, sucedió luego lo que sucedió: marejada interna en la quinta jornada (tras La Cartuja), entrenador sentenciado en la octava (derrota ante el Rayo) y destitución confirmada en la 16ª, después incluso de una momentánea mejoría deportiva sobre el césped que retrasó por varias semanas la comunicación definitiva del cese, muy previamente decidido en los despachos. Me pregunto yo, de todos modos, si el equipo se habría terminado cayendo así a nada que su anterior técnico hubiese gozado de un respaldo público y reconocido... La respuesta pertenece al fútbol ficción. Nunca la sabremos.

Modelo de club

Al fin y al cabo, la pregunta auténticamente clave apunta a ser otra, atendiendo esta a quiénes son los responsables de los mencionados titubeos a la hora de gestionar el banquillo. Hablar como yo hablo de que “en la Real” no se confiaba en Sergio Francisco corre el riesgo de resultar muy poco concreto, cuando en la plana mayor conviven un presidente y un director de fútbol que no tienen por qué coincidir en todo. ¿Y si Bretos sí creía en el entrenador y las dudas correspondían a Aperribay? Ojo, porque estamos aquí ante un asunto trascendental y que apunta ya a algo tan medular como el modelo de club. Desde que el máximo mandatario accediera a su cargo, hace ya 17 años, las llaves de lo deportivo habían estado siempre custodiadas por Loren (primero) y por Olabe (después), dos personas de su plena confianza. Lo más saludable sería ahora que el propio Bretos gozara de idéntica autonomía. Acabamos de ver lo que pasa cuando colocas en un puesto de responsabilidad a alguien a quien no permites trabajar.

La plantilla   

Sirva esta última reflexión como lema general de vida, como una proclama casi filosófica que tampoco puede huir de lo puntual y de la realidad del presente. Sí, defiendo y mantengo que es Erik quien debe hacer y deshacer en lo futbolístico, sin injerencias, porque le veo apto y capaz. Pero también debo llamar a las cosas por su nombre y situar al director de fútbol como principal responsable del diseño de una plantilla descompensada, cuyo elevado número de futbolistas contrasta con la escasa variedad de perfiles. Sin central zurdo. Con los laterales cubiertos de aquella manera. Carente de profundidad y de amenaza al espacio (más allá de Guedes). Y a falta también de un punta que, ante presiones altas del rival, se erija en puerta de salida recibiendo envíos directos. Estos dos déficits finales, de manifiesto ante el Levante durante la segunda parte, nos dejaron el sábado sin un triunfo que situaba a la Real en media tabla. Era oxígeno puro.