Muchos piensan que ser buena persona está sobrevalorado. En todos los ámbitos de la vida. Que el fin justifica los medios para alcanzar los objetivos personales que te has marcado. La teoría del todo vale para ganar. Lo viví y lo sufrí cuando comencé a trabajar en la jungla de Madrid. Me encontré con un agresivo ejército de proyectos de periodistas en el que si no eras capaz de sacar los codos y defenderte, te pisaban y desaparecías de un plumazo. Siempre traté de eludir esa batalla marcada por una ambición desmedida. Por supuesto que quería llegar y triunfar, pero preferí hacerlo a mi ritmo, sin necesidad de creerme más que los demás y, sobre todo, sin pasar por encima de ningún compañero ni sabotear a un rival de otro medio para superarle. Sé muy bien de lo que hablo, porque veo la televisión y escucho los programas de radio y cada día me encuentro a actuales líderes de la información que conozco de sobra lo que tuvieron que hacer en sus inicios para escalar. Aunque a nadie se le escapa que soy vehemente y de sangre caliente, creo que muy pocos compañeros de profesión de la competencia o ninguno pueden acusarme de desleal. Cuando empiezas a ejercer en la profesión te suelen comentar: “Es importante que hablen de ti. Bien o mal, pero que hablen”. Yo lo tuve claro desde el principio, no me gusta nada que alguien hable mal de mí, así que conmigo no contéis para esto. Y luego está la máxima que hay que saber ganar y perder, válida para todo tipo de competiciones. Y esta, aunque a veces cueste sobre todo si hay una injusticia flagrante y deshonesta de por medio, la intento cumplir a rajatabla (seguro que alguno se escandalizará; todos hemos cometido errores). Dicho todo esto sin ánimo de dar lecciones a nadie.

No me gusta el Balón de Oro. Es un distintivo que fomenta el mal rollo entre egos, ya de por sí demasiado hinchados, cuando este deporte es grupal. Nunca vas a saber qué pasaría si esos futbolistas extraordinarios que luchan por alzarlo podrían hacer exactamente lo mismo y tendrían la misma repercusión en otros equipos. Lo cual deslegitima la supuesta equidad de sus designaciones. Pero me parece intolerable que una estrella mundial, que ha ganado cinco veces el premio, sea incapaz de acudir a la gala para honrar al que ha resultado vencedor este curso. Niñerías de un inmaduro narcisista sin solución al margen, en esta edición me he reconciliado con el gremio de futbolistas por el intachable comportamiento de dos megaestrellas como Modric y Van Dijk. El croata, sin saber que le iban a escuchar y sin necesidad de forzar, le entregó a Messi el premio como el último que lo había ganado con naturalidad y reconocimiento: “Leo, felicidades. Te lo mereces”. Después, ante los micrófonos, se mostró más elegante poniendo en evidencia a su infantil excompañero: “Cuando no ganas, hay que estar para mostrar respeto. El fútbol es esto. Estoy aquí para celebrar el fútbol. Hay que disfrutar de este deporte y ya está, como en otros en los que hay grandes estrellas y se muestran respeto”.

Y luego el holandés, que aceptó su segundo puesto con la deportividad de un gentleman cuando muchos han defendido que merecía ganar: “Messi es el mejor jugador del mundo. No importa que no haya jugado la final, sigue siendo el mejor”. Antes le había lanzado una puyita en tono irónico al ausente de Madeira: “¿No ha venido? Ah, ¿pero era un rival para ganarlo?”

Como decía El Neng de Castefa, al que conocí cuando mis compañeros de trabajo llevaban un mes haciendo chistes imitándole sin que me enterara de lo que hablaban y pese a estar tumbado solo en un sofá acabé literalmente en el suelo de la risa: antes que nada, “yo soy persona neng”. Entiendo que es fútbol y que la tensión de la competición puede hacer cambiar a los jugadores, incluso puedo aceptar que algunos modifican radicalmente su forma de ser, pero a mí me gustan que los que vistan nuestra camiseta sean buenas personas. Aunque muchas veces echamos en falta que tengan algo más de mala leche, prefiero que sean incapaces de romper una pierna con una entrada criminal, y por supuesto, me alegro a diario de que no sean tramposos que tratan de engañar a los colegiados en todas las acciones en las que intervienen. Obviamente, entiendo que alguno en una jugada concreta se pueda dejar caer, pero nunca por sistema y de forma recurrente en todos los encuentros que dispute.

Me hace gracia, porque uno de mis mejores amigos, que tiene el defecto de ser madridista, además de chaquetero, nunca comulgó con la incorporación de Cristiano Ronaldo. Incluso cuando fue acumulando títulos, en esto sí que se mantuvo fiel, repetía que no le gustaba que un tipo así defendiera la blanca. Lo mismo me pasa a mí. No quiero para nada a un fullero en mi Real, por muy buen jugador que sea. Como lo es por ejemplo Raúl García, de quien, por cierto, me han hablado maravillas cuando se descalza las botas. Me sentiría muy mal viendo cómo se le cae la cara de vergüenza con la cabeza gacha a uno de los nuestros mientras los rivales reprueban su actitud, como hicieron los del Granada antes de ejecutar el penalti más irrisorio que he visto en años.

Quiero personas y deportistas íntegros que se meten todas las noches en la cama sin poder reprocharse nada. Como don Miguel Ángel Moyá, al que cuando renueven su contrato en fechas venideras le harán tan feliz como lo estaré yo. O por poner un ejemplo fuera de la Real, un futbolista como Gayá, a quien no tenía demasiado controlado hasta que el pasado miércoles le vi completar una exhibición antológica e inolvidable en la Champions ante el Chelsea. Consumió hasta el último gramo de energía que tenía y en el 89 le puso en bandeja un gol que falló Rodrigo. Se tuvo que ir del campo en camilla tras sufrir una lipotimia porque no podía más. Lo mejor de todo es que en la prolongación le llegó a arrebatar tres balones por arriba al defensor que le marcaba y que medía cinco centímetros más. Como aquel día que siempre recordaba mi añorado tío Iñaki en el que Gaztelu tuvo que jugar de 9 en el Manzanares y no paró de ganar saltos a la zaga pese a su baja estatura. Calidad y talento sí, por supuesto, por eso estamos disfrutando tanto este año, pero también guerreros incansables y nobles, con los que te identificas y a los que te entran ganas de abrazarles y hacer referencias al termino de los encuentros. Auténticos ejemplos para los niños. Sin trampas, fútbol en estado puro.

Cuando estaba a punto de volver a Donostia, uno de los mejores periodistas deportivos del país en ese momento y en la actualidad, comentó a un amigo en su análisis sobre mi trabajo que le parecía “un gran periodista, pero es muy buena persona, comparte demasiada información por no querer hacer sangre”. A pesar de haber recibido muchos buenos consejos en mis inicios, de todo lo que me enseñaron y comentaron, yo me quedo con esa frase. Para algunos será una crítica, para mí en cambio es un emocionante elogio. Cuestión de prioridades. Insisto, sin sacar pecho ni pretender dar lecciones a nadie. Con todos mis respetos. ¡A por ellos!