es centrocampista. No se ha cansado de repetir que le gusta actuar de cara, mirando a la portería rival. Y tiene muy buen pie, calidad al servicio de una predilecta visión de juego. ¿Hablamos de un gran organizador? No necesariamente. Existen estereotipos capaces de condicionar para mal la carrera de un futbolista, clichés que suponen amistades más que peligrosas. A uno le ponen la etiqueta y cuesta despegársela, por mucho que se vea desmentida por la realidad de los partidos. Y la situación, a la larga, penaliza. Que se lo pregunten si no a Rubén Pardo, cuyo futuro ha saltado a la actualidad durante las últimas semanas.

Con los altibajos lógicos y comprensibles en un deportista joven, la trayectoria del riojano se desarrolló con normalidad hasta la llegada de Eusebio Sacristán al banquillo de la Real. Rubén llevaba casi cuatro temporadas en el primer equipo. Pero acababa de cumplir solo 23 años, que no se nos olvide. El técnico pucelano empezó a implantar de inmediato una propuesta de juego posicional que daría buen resultado a la larga. Pero la desarrolló a costa de sumir en el ostracismo a algunos futbolistas del plantel. Pardo entre ellos. La teoría interiorizada por casi todos dibujaba entonces una flagrante incongruencia. El equipo del toque, el equipo de las posesiones largas, el equipo que debía abrir a los rivales desde largas secuencias de pase, prescindía de uno de sus elementos más técnicos. Lo que ocurre es que la práctica se encarga a menudo de llevar la contraria a lo que dictan los manuales.

Porque Pardo no es un organizador. Hablamos de una función que requiere de facultades que no reúne el de Rincón de Soto: lectura de los momentos, elección de juego largo o corto, capacidad para decidir si apretar o recular? Las características técnicas de Rubén le han llevado a ser considerado capaz de hacer girar a todo un equipo a su alrededor. Pero conseguirlo exige algo más que una muy buena relación con el balón. No es casualidad que el residual papel del 14 txuri-urdin durante las últimas temporadas tenga su punto de partida en la explosión de aquella Real barcelonizada de Eusebio. Como tampoco responde al azar la naturaleza y el contexto temporal de una de las más espectaculares exhibiciones que se le recuerdan sobre un terreno de juego.

Llegó el técnico de La Seca al banquillo. Se encontró con la nada futbolística más absoluta tras la era Moyes. E intentó construir la casa por el tejado, sin cimientos sólidos que aguantaran su estructura. El equipo agradeció el cambio de estilo. La fuerza de la novedad llevó a la consecución de buenos resultados en el corto plazo. Pero enseguida empezaron a apreciarse las costuras de una idea tan atractiva y valiente como poco entrenada aún. Un doloroso 5-1 encajado en El Molinón, todavía a finales de enero, llevó a Eusebio a nadar y guardar la ropa, a dejar las obras para el verano tirando millas desde el pragmatismo. Y en esas se plantó la Real en Cornellá, con el mexicano Diego Reyes como pivote y decidida a hacer daño al rival mediante la velocidad de Jonathas y Vela. Rubén Pardo aprovechó tal planteamiento para sacar la escuadra y el cartabón y demostrar lo que realmente es, uno de los mejores lanzadores de la Liga. Denle al riojano un balón, compañeros rápidos y metros para el desmarque. Apenas habrá dos o tres futbolistas en el campeonato más capacitados que él para sacar petróleo de semejante panorama. En aquella invernal noche de lunes el partido terminó 0-5.

Se me escapa cuál es la situación real del chaval en el club y en la plantilla. Pero el elogio individualizado y desmedido de Imanol Alguacil a su forma de entrenarse aporta ciertas pistas. Al parecer, Pardo, cuya profesionalidad siempre ha resultado exquisita, está empleándose a tope en Zubieta. Con sus declaraciones, el entrenador da a entender que existen motivos para que no se comporte así. Posiblemente el jugador sepa a ciencia cierta que no va a rascar bola esta temporada. Pese a ello, lo da todo en cada sesión. Bravo por Rubén, a quien seguro que no consuelan las loas del míster. Lo estará pasando mal. Porque no juega. Y por cómo juega el equipo. Encorsetado durante años en una Real de espacios reducidos y pases al pie, su situación actual coincide con la emergencia de una propuesta mucho más directa, vertical y exploradora de los espacios. Algunos asistimos al gigantesco paso adelante de Mikel Merino fantaseando con lo que haría Pardo desde esa segunda altura de la medular, con un pivote guardándole las espaldas y un enjambre de avispas cojoneras moviéndose por delante. Pero todo quedará en eso. En fantasía.