Cuando nos confiamos y creemos que ya está, que por fin va a dar el do de pecho y a responder a las exigencias que se han marcado, la Real se estrella de nuevo. Esta temporada está adquiriendo una insoportable sensación de continua frustración. No es que el equipo se levante cada vez que cae, como los valientes, es que nunca llega a estar de pie del todo. Es una desilusión interminable. No se sostiene ni del clavo ardiendo que nos inventamos cada pocas semanas sumidos en una profunda decepción. No se puede aceptar lo que hizo la Real ayer contra el colista casi desahuciado de Primera División, que llegó a Donostia tras acumular ocho derrotas consecutivas fuera de casa. Fue un despropósito absoluto. Ninguna ocasión de gol clara en 90 minutos. Ninguna. Solo un remate entre los tres palos, tímido y forzado, de Sandro. En el resto del choque si Santamaría se hubiese ido a la Venta de Curro a tomarse un caldito y un buen bocata de jamón, como exigía la meteorología, el resultado habría sido el mismo.
No hay derecho a destrozar de esta manera la esperanza y la ilusión de toda una parroquia que soporta ya despechada sus repetidos tropiezos en casa. Los números de esta Real en Anoeta son inaceptables. No hay por dónde cogerlos. Son de descenso. Y no, es cierto que Imanol ayer no estuvo nada fino, pero ya es hora de focalizar de verdad el desastre que está siendo esta temporada, porque pese a la situación clasificatoria, la percepción real es esa en la plantilla. Estos futbolistas tenían que haber vencido ayer al Huesca con Imanol, Garitano o Bugs Bunny en el banquillo. A ellos, auténticos especialistas en marcharse de rositas de casi todos los marrones, siempre les molesta cuando se habla de falta de actitud. Pues lo sentimos, pero ayer había que verles continuamente parados, sin desmarcarse, sin intensidad, perdiendo duelos individuales y dando la sensación de creer que iban a ganar sin bajarse del autobús. No acreditaron una mínima actitud necesaria para derrotar al último. Una desesperante sensación de impotencia que acabó con un tropiezo muy grave. De esos que se recuerdan con el paso de los años. ¿Dónde estaban los que se han pasado toda la semana diciendo que ahora era el momento clave de la temporada? ¿Que estos dos encuentros eran vitales para hacer algo importante? ¿Que el equipo se encuentra mucho mejor con Imanol, que han ganado en confianza y que ahora les toca sacar varios partidos seguidos en casa? Tres eran los duelos, solo tres, ante Huesca, Athletic y Leganés, para sumar nueve puntos obligatorios y a la primera curvita, dicho esto sin restar un ápice de mérito al colista, se la pegan de forma incomprensible.
Y lo peor no es esto, sino que llueve sobre mojado. Que a los jugadores no parece importarles demasiado que permanezcan bajo sospecha desde la salida del otro entrenador. Que la única manera de que olvidemos todo lo sucedido es con triunfos que de verdad hagan feliz a su afición. Pero nada, no hay manera. Se lo cargan todo a su paso. Arrasan hasta el efecto Imanol, que lo había ganado todo hasta ahora en casa, incluyendo sus partidos del año pasado, pero que ya acumula en un mes una dolorosa eliminación copera y un sonrojante desastre como el de ayer. La vida sigue igual. Algunos han corrido demasiado y se les han visto las intenciones. Es lo que tiene este plantel, que nunca te puedes fiar de él. Que siempre está preparado para decepcionarte a la vuelta de la esquina.
mal desde el principio La primera parte fue lamentable. Un verdadero desafío para calibrar la paciencia de los más de 21.000 espectadores que desafiaron una tarde de perros para intentar disfrutar con su equipo. La visita del colista parecía un buen aperitivo para ir preparándose para el derbi de la próxima jornada. Pero la Real se encargó pronto de envenenar el menú. Algo lógico y previsible si tenemos en cuenta la escasa garantía que viene demostrando esta temporada. Su salida al campo no tuvo nada que ver con las imágenes del túnel de vestuarios, en las que se apreciaban caras de concentración y deseo de arrollar al rival. Es más, se puede decir que hizo todo lo que no debía cuando comparece en tu estadio un rival que se presenta en tu casa camino del matadero. Ni salida en tromba para asustar, ni una presión para incomodarle y que sienta vértigo, ni continuidad en sus ataques para que tuvieran que replegarse y percibir una sensación de asedio, muchos duelos individuales perdidos por una evidente falta de intensidad y una endeblez en su entramado defensivo que provocaba que cada vez que los oscenses cruzaban el centro del campo se adivinara la misma sensación de peligro que podían desprender las embestidas de un candidato a Europa. Insistimos, enfrente estaba el farolillo rojo de la tabla que viajó a Donostia marcado con el cartel de las ¡ocho derrotas consecutivas que acumulaba a domicilio! Y la Real tiró por la borda los primeros 20 minutos y el consiguiente efecto intimidador, lo que motivó que el Huesca cada vez se fuera sintiendo menos molesto, y fuera reforzando su moral y su autoestima. Bueno, y luego le sumó una hora más entera. Todo a la basura sin apenas nada que destacar ante la paciente mirada de su hinchada.
Imanol optó por un once con varios cambios previsibles pero en el que llamó poderosamente la atención la suplencia de Januzaj. A día de hoy, sin duda y de largo, el principal y por momentos único jugador con capacidad para desatascar este tipo de encuentros cerrados y tediosos. El oriotarra dio entrada a Zaldua, Navas, Merino -que regresaba tras su sanción- y Sandro, como su gran apuesta ofensiva. Dijo que se centraba en ganar este duelo y lo demostró, al alinear a los tres apercibidos de sanción (Zaldua, Zubeldia y Willian José). La Real apenas hizo faltas, así que ninguno de ellos se perderá la cita del sábado.
Los realistas tuvieron el control del juego, con posesiones largas siempre planas y horizontales, sin ninguna paciencia, criterio ni claridad, y, lo más importante, sin ningún pase que rompiera líneas. La primera mitad se sintetiza con el titular Empate y gracias. A los 15 minutos, Herrera remató al palo y Cucho Hernández dispuso de otro par de opciones, pero el primero de sus disparos lo rechazó Zaldua y el segundo lo desvió con un auténtico paradón Rulli. El bagaje ofensivo se resume en una buena rosca de Sandro que salió lamiendo el palo; otro chut raso de Merino, tras dejada del canario, que se escapó por poco; y un complicado botepronto del navarro que se fue por encima del larguero. Y nada más. Lo dicho, vergonzoso.
Iluso el que pensara que la reacción iba a llegar en la reanudación. Como sucedió en la segunda parte en Vallecas, apenas sucedieron cosas hasta casi el final del choque. La mejor señal de que la noche no iba a tener solución se produjo en un buen pase en largo de Llorente que Sandro y Willian, en posición franca para marcar, desperdiciaron de forma casi humorística al pensar que su compañero estaba mejor situado y dejando el balón muerto sin dueño, y en una cesión de Illarra casi sin mirar a Rulli y con dirección a los tres palos que hubiese sido el acabose de haber entrado. La única medio oportunidad de la Real fue un tímido disparo lejano de Sandro, al que cambiaron cuando estaba acaparando casi todos los acercamientos txuri-urdin con algo de peligro.
A Imanol se le vio tan bloqueado como a su equipo y los cambios, demasiado tardíos, no ayudaron en nada para intentar sellar al menos un triunfo a la heroica. El paso de los minutos fue apagando un estadio congelado y apesadumbrado ante el esperpento que estaba presenciado. Así hasta el final. Sin oportunidades, ni orgullo, ni alma, ni casta, ni nada que se le parezca. Solo la versión frustrante y desesperante que tantas veces está sacando a relucir este plantel.
Ahora viene el derbi. Y querrán que nos volvamos a ilusionar. Que nos olvidemos de la inacabable serie de disgustos que nos estamos tragando esta temporada. Lo van a tener difícil. Imanol declaró la víspera que contaba con “una plantilla bestial”. Ya no nos creemos nada. Demasiados desengaños. Viendo lo de ayer quizá también el club tenía que haberse planteado en serio traer un refuerzo. Porque el invierno va a ser largo y en Anoeta hace mucho frío. Por ahora y hasta que nos demuestren lo contrario, preferimos mirar hacia abajo para evitar sustos inesperados. Que después de visto lo de ayer, no se puede descartar nada. Ni hasta la mayor de las tragedias.