Si en el último encuentro os hablé de una abadesa, hoy sigo entre conventos, pero de modo muy diferente. Siempre que llegan estas fechas de muertos, cementerios y sepulturas, inexorablemente viene a mi mente la escena del sofá, aquella en la que Don Juan recita unos versos a Doña Inés en el Tenorio. Ésta se encuentra profesando en un convento y recibe una carta del enamorado, escondida en un libro. Ella la lee y en el momento en que la termina? entra Don Juan gracias a la ayuda de Doña Brígida, que le ha prestado la llave de la celda. Al verle, se desmaya. El caballero la levanta y marchan a la casa de Sevilla en la que vivía a orillas del Guadalquivir.

Nerviosa y preocupada, cuando despierta escucha las palabras del protagonista, los versos de Zorrilla, que pasan a la historia por románticos y muy conocidos. “¿No es verdad, ángel de amor, que en esta apartada orilla, más pura la luna brilla y se respira mejor”? He visto esta obra de teatro unas cuantas veces, recitada por muy buenos actores y actrices. Se miraban a la cara en un sofá convencional, en un balancín, en un madame Recamier? Los traviesos estudiantes solían cambiar parte del texto que convertían en mucho más cáusticos? “apartada orilla, se ha cagado una chiquilla y huele mucho peor”.

Por curiosidad, busqué la cartelera madrileña de ayer. Y allí estaba anunciado Don Juan Tenorio. Teatro desde 20 euros para ver una obra durante dos horas y cuarto. Seguro que más entretenida, menos fría, más apasionante y más barata que un partido de fútbol de esos que nos caen una semana sí y otra también. Ya sé que es imposible, pero si me dejaran hacer una encuesta a los jugadores y les preguntara por Don Juan, Doña Inés, Don Luis Mejía o Don Gonzalo de Ulloa me mirarían con cara de póquer y pensarían que estoy como una cabra de atar. Es más, añadiría si a día de hoy, por amor, serían capaces de escalar las paredes de un convento, conseguir la llave de la celda y declararse a la persona que aman.

Seguro que todo es mucho más convencional y menos tierno y sensiblero. Sinceramente, me hubiera encantado que ayer todos hubieran sido un poco donjuanistas, seductores, folletinescos y fueran a por el partido con todo, de cara, corriendo riesgos, aún a sabiendas que la empresa era complicada y que podíamos salir escaldados y maltrechos. No sería la primera vez.

Quizás Garitano soñaba con un conquistador. No pudo contar con Oyarzabal, enfermo. Dejó en casa a Bautista y se decidió por Januzaj, aunque no fuera de la partida inicial. Por fin, el vestuario olía a dulce chocolate belga. ¿Quitaría Adnan el envoltorio y nos cautivaría con un Belvas, un Daskalidès, un Godiva o un Jean Galler? Pocos minutos sobre el césped para armar una tremolina. Las miradas, al menos las mías, estaban atentas al chico de los relojes, coches de marca y tatuajes. Hermano del hermanísimo, hijo pródigo, que tampoco salió desde el principio, ni durante, ni al final? ¿Se vendría alguien arriba? ¿Se blandiría las cinchas y calzaría las espuelas? ¿Nos daría un subidón? Ni por los años vividos, los muchos partidos transmitidos, ni por nada? pierdo la esperanza y creo aunque en partidos como el de anoche parezca imposible. Tengo algo de Doña Inés, cuando rendida implora, “o arráncame el corazón, o ámame, porque te adoro”.

Me fui al sofá sin rimas. A los diez minutos de iniciarse el partido, me levanté para recorrer la casa y cambiar la hora de todos los relojes. ¿Para qué esperar a las tres de la mañana? Volví a los cojines y todo ofrecía la misma pinta. Al rato otra vuelta, esta vez en dirección a la cocina. Para picotear y tratar de no dormirme. Cuando crees que no va a pasar nada, un defensa que pasaba por allí nos mete un caracol y nos deja con cara pazguata y nos hunde en la miseria para todo el partido. “Un gol de juveniles”, comentaba Aritz en sus declaraciones al terminar la contienda. Como todo seguía igual o parecido ya en el segundo tiempo, perdí toda esperanza de que un cautivador mosquetero saltara los muros y alborotara el orden previsto.

Llegó el segundo. Otra vez, otro defensa. Quiere ello decir que los protagonismos, los goles y los puntos los conquistaron los menos inesperados. Harto de desánimo, cambié de canales. Un zapping en toda regla para ver la remontada del Tenerife, la victoria del Cádiz en Lugo y una pareja francesa extraordinaria patinando sobre el hielo en Canadá. Vanessa James y Morgan Cipres lo bordaron y ganaron exhibiéndose. Cuando regresé al punto de partida, al humo de las velas de un partido horroroso, miré al sofá tratando de imaginar una escena diferente. Quemado más que la pipa de un indio, apagué la tele y me puse a escribir, sin poesía ni emoción, esto que acabáis de leer. Y esta semana, más. Copa, Liga y el copetín de la baraja. ¡Ay, Señor, qué cruz! l