Tintes funcionariales
Podemos quedarnos con que la Real no logró plasmar en Trondheim la sideral distancia futbolística que le separa del Rosenborg. Podemos quedarnos con esa falta que el árbitro señaló sobre Rulli y que no pareció gran cosa, en una acción que terminó en gol local. Pero debe primar sobre todo ello esa sensación que ofrecieron los txuri-urdin de no estar disputando un partido trascendental. Sí, estaba en juego certificar el billete para los dieciseisavos. Pero la actitud de los nuestros, su lenguaje corporal sobre el césped o incluso los festejos del gol y del propio triunfo no desprendieron en ningún caso el aroma de las grandes citas.
Es lo que tiene esta Europa League de los doce grupos y los 48 equipos. El sorteo de agosto configura liguillas que no son precisamente glamourosas, y en una de ellas le ha tocado competir a la Real. Resulta imposible disociar la actuación que desempeñó anoche de las experiencias pasadas ante Vardar y Rosenborg, tres goleadas a medio gas ante rivales paupérrimos. Los noruegos volvieron a dejar al aire ayer sus evidentes limitaciones, pero esta vez el 0-0 inicial les duró mucho más. Con esto y con el espeso juego ofensivo txuri-urdin, de lentitud agudizada por un césped seco y botón, los mal llamados vikingos al menos pudieron plantar cara en base a un marcado repliegue intensivo.
Luego pasaron los minutos, les llegó la hora de buscar la victoria, y tampoco es que se volvieran locos. Adelantaron algo sus líneas. Poco más. Y a la Real le fue suficiente contar con algunos espacios para conseguir una victoria de las que hace un par de décadas habrían sabido a gloria y ahora en cambio se ven revestidas de tintes funcionariales. Las emociones fuertes, a partir de febrero.