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Oyarzabal pesca el salmón

un gol del canterano en el 89’ sella el pase de la real, que depende de sí misma para ser primera

Oyarzabal pesca el salmón

Objetivo cumplido. No con el brillo que todos esperábamos en un día tan señalado, pero la Real ganó en Trondheim gracias a un gol de Oyarzabal en el ocaso del encuentro. El eibartarra por fin pescó el peleón salmón noruego en el minuto 89 con el componente ya añadido de la agonía. Los realistas habían anunciado en los días previos que su única intención era regresar con tres puntos que les diesen la posibilidad de depender de sí mismos en la última jornada en la visita del Zenit, pero la verdad es que no lo pareció. Su encuentro fue flojo y malo. Una vez más, enmarcado en una manifiesta superioridad que, como en anteriores salidas en Liga a Getafe y a Girona, no conseguían plasmar en el marcador. Y esto pone de los nervios hasta al más tranquilo.

Está claro que dos no bailan si uno no quiere y el planteamiento del Rosenborg, en su estadio y con la obligación de vencer, lo hubiese firmado el mismísimo Maguregui. Eso sí, máximo respeto a la manera de jugar de cada uno, ya que otra cosa no, pero nobles son un rato. También hay que entender que el 4-0 y la inferioridad que debieron sentir en Anoeta les obligaba a plantear el encuentro de una forma parecida a la de que aquel día, con la diferencia de que, esta vez, la Real no estuvo tan acertada y no abrió la lata pronto. Con los escandinavos replegados de forma exagerada, con dos líneas muy juntas y situadas casi al borde de su área, los donostiarras se fueron dando de bruces con el muro hasta el punto de que se desesperaron. Llegaron a verse incapaces de hacerles daño, de encontrar espacios o de generar ocasiones. El paso de los minutos fue mermando a los blanquiazules, que pasaron de percibir que iban a vencer sobrados a agobiarse por su falta de soluciones. Sin olvidar que, a falta de diez minutos, Eusebio retiró a Canales para dar entrada a Zubeldia con la intención de volver a controlar un choque que comenzaba a adquirir tintes inquietantes. Curiosamente, en ese escenario, cuando los vascos daban casi por bueno el empate, llegó su gol.

Todo pudo cambiar en los primeros minutos, ya que Willian José dispuso de dos ocasiones en sendos remates francos, que uno salvó Hansen y el otro se marchó fuera. Poco después Juanmi chutó demasiado centrado. Cuando el partido apuntaba a otro baile realista, una duda de Rulli acompañada de una mala salida, no acabó en gol por la pifia de Samuel. El guion ya estaba escrito. La Real dominando y las contras noruegas siempre peligrosas. El problema es que la circulación de balón txuri-urdin era lenta, previsible, poco precisa, con poca paciencia o balones verticales imposibles... Y sin encontrar los buenos desmarques de Juanmi. El partido era un bodrio infumable. Canales, de falta, e Illarra, con la zurda, rozaron los palos, mientras que en los minutos finales un error de Iñigo y dos chuts de Levi y Samuel sembraron de incertidumbre la espera de la segunda parte.

En la reanudación, los guipuzcoanos estuvieron aún más desconectados y desacertados. Solo Canales dispuso de una opción dentro del área. A los 67 minutos, Rulli volvió a salir mal y el árbitro anuló el gol local por una falta inexistente. El miedo ya estaba dentro del cuerpo. Eusebio movió ficha y acertó, ya que Vela y Bautista, que sustituyó a un Willian que tuvo una última buena oportunidad, metieron otra velocidad al partido. El mexicano, que generará peligro hasta el último día de su carrera, estuvo a punto de marcar en un remate acrobático y Bautista no pudo chutar tras una buena conducción.

Cuando parecía que la Real había firmado las tablas y aceptado el empate como, en este caso, bien menor, Oyarzabal firmó el tanto que hizo feliz a todo el realismo y sobre todo a los héroes que lo vivieron en la grada a pocos metros. Lo celebraron todos juntos, en una imagen preciosa. Esta es la Real. No hay sensación mejor en el mundo que marcar el gol de la victoria en el 90’. Cuando lo logra, poco o nada importa todo lo anterior...