Me declaro fan del programa de Tv3 Crackovia. Casi todos los martes, salvo despiste, nada más llegar a la redacción, me pongo la emisión de cada lunes y son varias las ocasiones en las que mi jefe me mira de soslayo preocupado porque me estoy riendo solo. Son unos humoristas y unos imitadores excepcionales, pero, al contrario que en Vaya Semanita, en mi opinión, los sketches más graciosos son los que no protagoniza su querido Barça. Digo esto siendo plenamente consciente de que la mayoría de ellos son en catalán, por lo que tampoco los entiendo demasiado bien. Los personajes de Florentino, Pedrerol, Manolo Lama, Manu Carreño, Nico Abad y Ángel Nieto son desternillantes. En cambio, ninguno de los azulgrana tiene excesivo gancho. El motivo, para mí, está muy claro, y es que lo único que les hace diferentes a los demás es que juegan al fútbol como los ángeles. En el resto de facetas de la vida no tienen demasiada gracia ni son carismáticos, ni especialmente simpáticos, ni incluso agradables. En definitiva, son tan afortunados que solo saben darle patadas a un balón.
Yo mantengo una teoría que suele enervar mucho a mis amigos culés, y es que Mourinho hizo un enorme favor a esta gloriosa generación del Barcelona. El portugués es tan odioso y urdió un plan tan agresivo y despreciable para destronarles que hizo esconder muchos defectos y malas artes en la actitud de los azulgrana. Estaba claro que unos no eran tan buenos y los otros tan malos. No se trataba de una película de indios y vaqueros. La cuestión es que mientras no paraban de ganar parecían los más majos y normales del mundo. El problema llegó cuando empezaron a perder y a encontrarse con la respuesta de muchos rivales, entre otras la de la heroica Real, que es el equipo que más puntos ha sumado ante ellos en las últimas campañas gracias a su extraordinaria racha en Anoeta. Sí, esa que han tratado de despreciar por activa y por pasiva desde la Ciudad Condal en una burda e infantil demostración de no saber perder.
Antes de que se me empiece a acusar de querer intoxicar, como harán muchos en el talibán entorno de Can Barça, quiero dejar claro que nunca escribiría esto si el partido fuese en Anoeta, para evitar motivar a algún tarado. No tengo problemas en reconocer que desde hace muchos años prefería que ganara la Liga el Barcelona al Real Madrid y, cuando competían en Europa, que levantara la orejuda en lugar de cualquier otro club. Todo fue cambiando desde que empecé a viajar con la Real. Me fui dando cuenta de que cada vez que visitaba el Camp Nou me iba con muy mal sabor de boca por la repetida sensación de falsedad y arrogancia que respiraba. Sí, al contrario que en Madrid, puedes estar sin problemas de txuri-urdin en los aledaños del campo, pero luego dentro la historia es muy diferente. Son muy amigos nuestros cuando marcan el 3-0 y ya no ven peligrar el resultado al considerarnos inofensivos. Hasta ese momento somos un rival más. Además, no te dejan entrar con emblemas blanquiazules salvo en el espacio destinado a la afición visitante; no nos permitieron guardar un minuto de silencio en memoria de Ormaetxea la semana que falleció; no nos cedieron a ningún jugador cuando estábamos muertos de hambre en Segunda; y, para más inri, nos suelen tachar de forma ridícula de ser más madridistas solo porque sus millonarias estrellas no son capaces de vencer en Donostia. No, sinceramente, con supuestos amigos así, no necesitamos enemigos. Preferimos que nos consideren como a cualquier otro adversario.
Todos los que conocen cómo funciona la caverna azulgrana podían presagiar que, después de las injusticias que sufrió la Real antes de echar a rodar el balón en Anoeta y dadas sus lógicas protestas, tarde o temprano iba a sacar todas sus naves con su habitual soberbia para proteger a los suyos y, además, hacer sangre. En las radios, un periodista reputado en una cadena de postín acusaba a la entidad txuri-urdin de querer cambiar el horario de un partido que no era el señalado y, en otra, otro afirmaba que las quejas de Aperribay estaban muy bien pero que luego todos votaban a Tebas, cuando la Real es casi el único club que no lo ha hecho nunca. ¿Pero qué más dará? Lo increíble sería que encima no pudiéramos denunciar las tropelías y el constante ninguneo que sufrimos. Por cierto, que no he visto a nadie en Barcelona destacar las palabras de Iñigo sobre los árbitros: “Todos nos equivocamos y decimos cosas de las que luego nos arrepentimos”. ¿Reculó y comentó algo así Piqué después de su despreciable show en Vila-real? Pero no, lo fácil es intentar humillar a Illarra, para una vez que dice algo el pobre, recordando su pasado madridista, porque en verdad a nosotros siempre nos mirarán por encima del hombro.
Por todo esto y por mucho más, porque es la Real y defiende el sentimiento de mucha gente que confía y cree en ella, ha llegado la hora de la verdad. La que diferencia a los héroes de los terrenales. Para ganar la Copa hay que vivir noches mágicas y no hay una oportunidad mejor ni reto mayor que el que se presenta en el templo blaugrana. En realidad ya hemos ganado mucho. Primero, porque sabemos lo que no queremos ser; segundo, porque nuestro equipo, al que le interesa más que nunca centrarse en el fútbol, tiene licencia para soñar después del año que está firmando; y tercero, porque estamos más orgullosos y unidos que nunca. El mensaje del vestuario ha sido contundente y si ellos están convencidos, ¿cómo no vamos a ilusionarnos con otra gesta más para la leyenda txuri-urdin? Sí se puede. ¡A por ellos!