El fútbol es y será siempre de los futbolistas. Otra cuestión es que un solo jugador no pueda ganar partidos, al necesitar siempre de un colectivo que le respalde y colabore con la causa. Por muy flojo que sea. El único equipo que recuerdo que fue capaz de ir ganando un partido en clara minoría numérica fue el de mi clase en COU, letra D, cuando una gélida mañana de sábado, en un derbi ante la A en el patio de Marianistas, el hoy reconocido fotógrafo Darío Garrido como portero, Iván Campo y un humilde servidor aguantamos casi una parte entera en ventaja ante siete rivales a la espera de que llegaran los perezosos refuerzos. Ni qué decir tiene que lo logramos gracias al cañón que tenía el exmadridista en su pierna derecha, que le permitía marcar desde todos los ángulos y distancias.
Batallita de abuelete prescindible y absurda al margen, el otro día cayó en mis manos una historia asombrosa que desconocía y que sucedió en noviembre de 1996 en el Southampton. Según contó Sphera Sports, su entrenador, Graeme Souness, sufría una plaga increíble de lesiones. Un día recibió una llamada de George Weah, al que habían elegido poco antes Balón de Oro, que le ofreció la posibilidad de incorporar a su primo, Ali Dia. El exmilanista explicó que había jugado con él en el PSG y que era internacional por Senegal, en lo que parecía una oportunidad magnífica en una situación angustiosa. El 21 de noviembre recaló a prueba en las filas de los Saints, pero la cantidad de bajas era tan elevada que Souness no tuvo más remedio que convocarle para un encuentro ante el Leeds que iban a jugar el 23, en principio más para hacer bulto que para otra cosa. El infortunio quiso que Le Tissier se lesionara y a su técnico se le ocurriera la brillante idea de recurrir al nuevo como solución de emergencia, en un intento a la desesperada de que brotaran los genes del Balón de Oro. Lo que vino después fue un auténtico desastre. Lo hizo todo mal. 43 minutos más tarde Souness no tuvo más remedio que volver a cambiarlo por Ken Monkou. Le Tissier reconoció años después en una entrevista que “corría por la cancha como Bambi sobre el hielo. Fue muy vergonzoso verlo”. Al día siguiente no se presentó al entrenamiento y Souness, con la mosca detrás de la oreja, llamó a Weah para pedirle explicaciones. La respuesta no tuvo desperdicio: “No tengo ningún primo que se llame Ali Dia y nunca he telefoneado al Southampton para ofrecer un jugador”.
La esperpéntica y alucinante historia tiene su miga. Es justo el polo contrario de lo que sucede con Cristiano Ronaldo. Un año más, hemos vivido un vergonzoso proceso para el Balón de Oro. Primero con las agotadoras e insoportables campañas de los medios de comunicación afines al Barcelona y al Real Madrid y después, en una actitud infantil, con el consiguiente pavoneo de los vencedores. Mi opinión en este tema es muy clara. Me da igual. No me importa nada el Balón de Oro, tal y como me ha sucedido antes de los nueve años de dominio de Messi y Cristiano, cuando pasaba inadvertido por estos lares. No le interesaba a nadie. No creo en los reconocimientos individuales en el fútbol desde que en 2003, en un Mundial sub’20, no le dieron el MVP a Iniesta para concedérselo a un desconocido futbolista de Emiratos Árabes, país organizador. Ese día entendí que todo es mentira. “Cabaret”, como lo definió con precisión otra estrella rutilante de este deporte como es Lewandowski. Esta semana, he escuchado a Ramón Besa, periodista de El País, explicar su versión de lo sucedido en la sospechosa elección, a la que me apunto. Contaba que en Barcelona, desde hace años, no tienen más remedio que trampear las elecciones de los galardones personales para que no se los lleve todos Messi. En este caso, los organizadores saben que el año que viene va a haber mucha más atención en su premio si la distancia es de solo un Balón de Oro. Y no hay más. Por lo tanto, prepárense para más capítulos del insufrible serial.
Messi sabe que sin el equipo no es nadie y Cristiano cree que, sin él, el equipo no es nadie. Esa es la gran diferencia. En la Real nunca hemos tenido ese problema pese a contar con futbolistas extraordinarios. Y este año, aún menos. Lo mejor que se puede decir de los de Eusebio es que resulta complicado quedarse con uno al finalizar cada encuentro. Cada aficionado txuri-urdin tiene su propio futbolista destacado, lo cual habla muy bien del funcionamiento colectivo de un conjunto que promete como nunca y que no entiende ni acepta vedettes. Un triunfo en Granada sería el colofón ideal para pasar unas Navidades bucólicas y repletas de sueños y deseos. Para lograrlo, la Real necesita a todos sus soldados por igual. Es lo que se denomina filosofía de equipo. Se enseña y se predica en las escuelas. El Balón de Oro, en cambio, hace tiempo que es nocivo para la educación de los niños. Sobre todo si lo gana Cristiano.