Anoche llegué a Anoeta con la mosca tras la oreja, como consecuencia de una semana que, en clave txuri-urdin, no me había gustado lo más mínimo. El lunes vivimos un día para disfrutar, porque es lo que toca tras ganar un derbi a domicilio. Todo lo que vino después, en cambio, resultó excesivo por demasiado optimista. En lo bueno y en lo malo, se nos olvida muchas veces que el fútbol es un deporte de procesos largos, de paciencia, y que el microscópico análisis de cada partido, incluso de cada minuto de partido, de cada decisión por pequeña que sea, responde solo a circunstancias muy puntuales que escapan a lo que debe ser un análisis global de la situación.
Decía hace unas semanas el técnico del Mirandés, Carlos Terrazas, en una exquisita entrevista en El País, que la figura del entrenador de fútbol “está desenfocada”. “El entrenador es la parte más importante del equipo si se mira a largo plazo. A corto, tiene pocos resortes que manejar. El problema es que se le juzga siempre a corto plazo y por eso la foto sale desenfocada”, comentaba con más razón que un santo, en un comentario aplicable a Eusebio Sacristán. Tras la eliminación copera o el 5-1 de Gijón, era un preparador sin experiencia en Primera, una apuesta extravagante de la Real que nos había salido rana. Solo un mes después, se convirtió en un estratega sobresaliente que ha conseguido que el equipo domine todos los registros futbolísticos, siendo capaz de emular a la vez al Barça de Guardiola y al Atlético del Cholo Simeone.
Eusebio lo que es es un tipo sensato, normal, que sabe perfectamente de qué va esto y que ha colocado a la Real en el buen camino. A los mandos del equipo está construyendo algo prometedor. Y esto suele ser sinónimo de irregularidad. Estuvimos muy bien en San Mamés. Pero los análisis exagerados, en este caso en su versión positiva, resultan peligrosos, sobre todo porque generan la sensación de que lo de ayer no podía pasar. Y pasó. El Málaga es equipo con mayúsculas. Nosotros apuntamos a ello.