Las reiteradas alusiones a la Constitución y a la necesidad del diálogo contenidas en los discursos del rey y de la presidenta del Congreso, Francina Armengol, evidenciaron sobremanera los temores que rodean el desarrollo de la XV Legislatura, abierta ayer de manera oficial. No había leído siquiera el primer folio de su intervención Armengol cuando sacó a relucir la necesidad del diálogo para propiciar que se vaya “desde lo diverso a un proceso integrador”.

En el caso de Felipe VI, en el sexto párrafo de su alocución ya apareció la Carta Magna, aunque en este caso fuera para agradecer la colaboración que le prestaron los grupos parlamentarios en el procedimiento de consultas para la investidura. Como si se tratara de una alusión indirecta a quienes no lo hicieron en su día, y ausentes también en la sesión a modo de su manifiesto rechazo a la institución que encarna.

La de ayer suponía la proclama más complicada para el rey, excepción hecha de aquella infausta noche del procès, tras conocerse los polémicos acuerdos que han permitido un nuevo gobierno de Pedro Sánchez. El representante de la monarquía venía al Congreso conocedor por la prensa de que el próximo sábado tendrá lugar la primera reunión para hablar sobre un posible referéndum en Catalunya y el alcance de beneficiados por la ley de amnistía. Lo hacía sabedor, además, de que se ha abierto un nuevo tiempo político de desenlace imprevisible, pero al que debe respetar, aunque en paralelo le precipita a una situación altamente incómoda por los acontecimientos que se irán produciendo. Pero como no podía ser de otra manera en este tipo de arengas que debe superar el filtro previo de La Moncloa, y ante un entorno tan enmarañado, pisó de puntillas ante la incierta coyuntura que se avecina. Lo hizo no sin antes advertir de que el acto parlamentario que presidía junto a Letizia y la infanta Leonor “significa para los ciudadanos la certeza de estabilidad en el leal desempeño de las funciones de la Jefatura del Estado”.

Tampoco pasó desapercibida la reiterada alusión a los jóvenes en varias fases de una oratoria bastante plana, que tuvo como faro predecible los valores de la democracia, su defensa por encima de las diferencias y la unidad del país. Ahí es donde enmarcó el rey que nos abocamos a “una época de grandes cambios y transformaciones” y para ello apeló a “convivir y prosperar en libertad”. Fue la antesala para instar a “todas las instituciones” a “legar a los españoles más jóvenes una España sólida y unida sin divisiones ni enfrentamientos”, como si en realidad con su petición hiciera una fotografía de la actual situación que camina en sentido, cuando menos, contrario a sus pretensiones.

El recuerdo de la transición

Como era previsible, Felipe VI no desaprovechó la oportunidad de recordar el significado de la Transición, aunque curiosamente no la mencionó. Prefirió recordar cómo “el país en 1978 alcanzó su mejor expresión en el entendimiento mutuo sin imposiciones ni exclusiones y en la voluntad de integración que enriquece con la diversidad y el pluralismo nuestro proyecto común como nación”. Por eso antes de despedirse y escuchar una sonora ovación pidió responsabilidad “a sus señorías”.

Con anterioridad, en su turno, Armengol había raseado el mensaje para hablar con base en la realidad que palpa, no sin cierto hastío, con la perspectiva de su cargo. Por eso alertó para evitar una degradación del Congreso si se mantiene el actual clima de crispación y ruido, “que solo conduce a la desafección del ciudadano por la política”, dijo. Y ahí ofreció el marco de la Constitución para procurar el entendimiento por medio del “debate, el diálogo y la escucha activa”. Para entonces ya había escuchado los primeros siseos de la oposición, crítica por referirse a leyes aprobadas durante la democracia por haber citado a las apuestas más progresistas. Llueve sobre mojado. La apertura de la legislatura aventuró simplemente el carajal que viene y que nadie quiere evitar.