Aunque este tipo de visitas suelen ser habituales en época preelectoral, la presencia de Pedro Sánchez ayer en Pamplona tiene una relevancia importante. Por lo que dijo y por dónde lo dijo. Porque supone un apoyo para el PSN y para el Gobierno de Chivite. Pero, especialmente, porque supone un aval a la política de pactos con la izquierda abertzale que el socialismo navarro inició hace cuatro años y que hoy es fundamental para la estabilidad del Gobierno del PSOE en Madrid.

No es poco si se tiene en cuenta de dónde venimos. Las opciones frustradas de cambio habían convertido al PSN en un actor secundario, atado a la estrategia política de UPN y con la certeza de que cualquier intento de alternativa iba a ser cercenada desde Madrid. Hubo que esperar hasta 2019, ya sin ETA y con la experiencia de cambio de 2015 sobre la mesa, para acabar de convencer al socialismo navarro de que la sumisión a los intereses de Madrid amenazaba su propia existencia.

Pero no fue fácil. Ahora quizá se ve con mucha normalidad, pero hace cuatro años parecía complicado que los socialistas pudieran liderar un Gobierno de coalición con Geroa Bai y Podemos, y con EH Bildu como socio estratégico en el Parlamento. Y mucho menos que ese Gobierno, más allá de las diferencias puntuales, fuera ser tan sólido y estable como lo ha acabado siendo.

El PSN tuvo que hacer mucha pedagogía en Madrid. Hubo ministros y destacados dirigentes del PSOE que trataron de obstaculizar el Gobierno de Chivite por todos los medios, y el propio Pedro Sánchez mostró sus dudas –cuando no su oposición– a una vía que hubiera sido imposible sin el papel de Santos Cerdán. El hoy secretario de Organización del PSOE, clave en la resurrección de Sánchez, había entendido dónde estaba el lugar del PSOE y cuál debía ser su apuesta política. También, y especialmente, en Navarra.

La investidura de Chivite fue un punto de inflexión porque habilitó una nueva mayoría. Demostró que la voluntad de acuerdo entre las fuerzas progresistas era mayor que las desconfianzas y constató que el fantasma de la derecha, el que anunciaba la hecatombe socialista si en Navarra no gobernaba UPN, era solo un señuelo. Un espantapájaros que se ha caído al suelo en la primera de cambio.

La decisión de Sánchez fue valiente, pero también acertada. El líder socialista ha llegado donde no quiso llegar Zapatero y ha abierto una vía que también le ha dado estabilidad a su Gobierno. Más allá de su contenido final, la aprobación esta semana de la Ley de Vivienda en el Congreso con ERC y EH Bildu como socios imprescindibles, es un buen ejemplo.

El mapa de alianzas ha cambiado y el PSOE cuenta con nuevos comodines con los que jugar. Quizá no fuera la primera opción de Sánchez, que siempre priorizó a Ciudadanos sobre Podemos y que tal vez hubiera explorado otras mayorías si la aritmética parlamentaria se lo hubiera permitido. Pero la mayoría es la que es y Sánchez se ha acomodado a ella sin complejos. Feijóo va a necesitar mucho más de lo que ha demostrado hasta ahora si quiere darle la vuelta. Porque los aliados del Gobierno son muchos y muy variados, y ninguno va a permitir un gobierno alternativo sostenido de forma directa o indirecta por la ultraderecha.

La lógica socialista

Es cierto, y conviene recordarlo, que el PSN ha encontrado muchas facilidades en este camino. Geroa Bai renunció a las áreas principales del Gobierno para garantizar que no había marcha atrás en el camino iniciado en 2015. Y EH Bildu ha aparcado algunas de sus reclamaciones históricas –poco se ha hablado de política lingüística en la negociación presupuestaria– para facilitar su presencia en un nuevo juego de mayorías que tiene la agenda social como punto de encuentro.

Un marco cómodo que los socialistas quieren repetir en la próxima legislatura. Control del Gobierno de Navarra sin compromisos en el ámbito municipal, a poder ser con más peso en el Ejecutivo y con alguna alcaldía más. Empezando por la de Pamplona, eje del debate político en esta precampaña electoral. Una marcha más por parte de un partido que reivindica su legítimo derecho a ganar cuotas de poder pero que rechaza compartir protagonismo.

El problema es que a la lógica socialista le falta coherencia. Se lo recuerda Geroa Bai y se lo señala EH Bildu, que miran a los ayuntamientos para comprobar si la vía navarra de Sánchez y Chivite es coyuntural o una apuesta estratégica. Si el marco fijado en 2019 es un punto de partida o el punto final de la nueva política de alianzas del socialismo navarro, que pese a todo sigue dependiendo de la coyuntura política de Madrid.

Porque más allá de las encuestas interesadas que difunde el PSN, Navarra seguirá siendo plural después del 28 de mayo, con mayorías progresistas de distinto tipo que los socialistas no siempre pueden modelar a su gusto. La cogobernabilidad exige correspondencia y eso pasa por asumir que las alianzas que son válidas en Madrid y en el Parlamento de Navarra, lo son también en el ámbito local. Una evidencia que el PSN no debería ignorar y que el PSOE tampoco debería vetar. Por responsabilidad y por coherencia. La vía navarra sigue teniendo recorrido, pero no conviene maltratarla.