donostia - Pablo Iglesias se ha errejonizado sin dejar de ser él pero con un traje pacificador que en la última semana de campaña le puede haber servido para amarrar el voto más ideológico de Unidas Podemos y taponar la perdida de apoyos pescando en el mar de indecisos tras ser proclamado, desde todo frente, como ganador de los debates al ser el único dirigente propositivo y no faltón. El objetivo morado no es ya asaltar el cielo sino evitar un sonoro accidente para servir de muleta al PSOE y obligarle a implementar un programa de izquierdas, principalmente con un gobierno de coalición. La compra de su chalet o las peleas internas y externas en puertas de otro mes electoral decisivo para la marca de los círculos han dejado paso a la denuncia contra la policía patriótica y las cloacas del Estado que llevan años tratando de descabezar este proyecto personalista. Escalar hasta un 16% de voto y alejarse del abismo al que el sistema electoral arroja a quienes se quedan en el 13%, la cifra que aparece en los sondeos, es el objetivo de la familia Iglesias/Montero, esta última confirmando su carisma para recoger el testigo cuando sea menester. Defensor de un diálogo en Catalunya, donde su filial anda al garete, que no deje “nada fuera de la mesa”, aún creen que “la historia la escribes tú”. Una oportunidad para gobernar. “Y si no cumplimos, no volváis a votarnos”, zanja Iglesias, que nuevamente gestualiza su golpe en el corazón como señal de que Podemos, y ÉL, han vuelto.