el caso de la presa de ETA Sara Majarenas, que ha estado a punto de ser separada de su hija porque la pequeña ha cumplido tres años, ha puesto el foco sobre una realidad poco conocida pero que afecta a 100 niños en todo el Estado español. Esos niños viven con sus madres presas en módulos especiales en las prisiones, o en centros de acogida donde los pequeños -principales beneficiarios de esta apuesta- crecen en un clima muy alejado del carcelario. Majarenas cumplirá lo que le queda de condena en un centro de la Fundación Padre Garralda-Horizontes Abiertos, dependiente de la cárcel de Aranjuez (Madrid), para poder cuidar de su niña, que acaba de cumplir tres años y fue acuchillada por su padre el pasado 15 de enero. Ella es una de las 94 madres presas que, a 31 de enero de 2017, vivían con sus niños (salvo excepciones, todos ellos menores de tres años). Etxerat, sin embargo, continuó pidiendo ayer la libertad de la presa para que pueda vivir con Izar en su hogar.
En Euskadi no hay ninguna prisión adaptada para que las madres puedan convivir con sus hijos. Si desean hacerlo, deben dirigirse a Palencia o Madrid. El destino más frecuente es la capital estatal por la accesibilidad que presenta en materia de comunicación y transportes. No obstante, la mayoría de las madres se decanta por dejar a sus hijos al cuidado de los abuelos para evitar que con ese desplazamiento a Madrid o Palencia se produzca un desarraigo aún mayor en los niños, que quedarían aislados del resto de la familia.
Pero, ¿cómo vive un niño junto a su madre presa? Las fuentes consultadas parten de la premisa de que una cárcel no es sitio para un niño. Por eso, el diseño, incluso arquitectónico, de las unidades de madres, trata de alejarse del modelo carcelario para acercarse a las necesidades de los niños con patios de juego, escuelas infantiles y discretas medidas de seguridad. Los niños son escolarizados en escuelas infantiles cerca de donde sus madres están internas una vez que estas dejan la lactancia. Si continúan con sus madres cumplidos los 3 años -hay algunos casos-, van al colegio.
El principal objetivo es favorecer la relación materno-filial y la máxima normalización en la vida de los menores allí ingresados que, o bien duermen con sus madres en celdas más grandes, en el caso de las que están en prisión; o bien en pequeños apartamentos para las reclusas que cumplen lo que les resta de condena en alguna de las unidades externas, las más modernas del sistema porque están segregadas de las cárceles. Casi la mitad del centenar de niños que viven con sus madres lo hacen en los módulos más abiertos porque cumplen con los requisitos que fija la ley, entre ellos, ser penadas con hijos menores de tres años y clasificadas en segundo grado, preferentemente con aplicación del “principio de flexibilidad” recogido en el artículo 100.2, condición que tiene desde el jueves Majarenas. También pueden ser destinadas a estas unidades externas las presas preventivas con determinadas circunstancias y las que estén en tercer grado o semilibertad.
Las 94 madres que hoy cuidan de sus pequeños menores de tres años se han acogido a un derecho reconocido en la Ley Orgánica General Penitenciaria vigente desde 1979, aunque es a finales de los 80 cuando Prisiones comienza a adecuar los módulos para que los niños residan en “pequeños hogares” dentro de las prisiones.
nueve centros Existen en la actualidad nueve centros que hacen de esta apuesta “una de las más progresistas de todo el sistema penitenciario europeo”, en palabras de Adolfo Fernández, presidente del área de Prisiones de CSIF, aunque no vendría mal, según él, que se incrementaran los recursos y el número de terapeutas educacionales. De los nueve centros, siete son unidades propiamente de madres. Hay unidades internas, es decir, dentro de una prisión (tres); externas, dependientes de un Centro de Inserción Social (otras tres) o mixtas (una), a las que se suman las dependientes de la institución impulsadas por la Fundación Padre Garralda o la asociación Nuevo Futuro, ambas en Madrid. - Efe/N.G.