Para que un forastero llegue a la finca de “doñaAna”, hacen falta la conjunción de varios factores: un buen vehículotodoterreno, un guía preguntón y conocedor de la idiosincrasia nicaragüense,tiempo para buscarla, paciencia y suerte. Pero el resultado merece la pena. Unaenorme extensión de terreno de bosque y pasto en uno de los puntos más altos deNicaragua recibe al visitante con una brisa y unos envidiables veinte grados detemperatura, casi insólitos en estos lares. La vista es inigualable, en elhorizonte se divisan colinas y volcanes salpicados de pequeñas comunidades deagricultores y las luces de la tarde confieren al terreno una serenidad solointerrumpida por el mugido de las vacas y el relinchar de yeguas y caballos.

Machete en mano, Jesús Moreno recibe al gringoque dio con el terreno: “Son 86 manzanas (algo menos de setentahectáreas) de puro robledal. Lo mejor de lo mejor en madera. El resto pasto,hasta 140 manzanas, para el ganado y los caballos”. En total, un millónde metros cuadrados: cien campos de fútbol.

Jesús, un campesino lugareño, es el capataz de lafinca que mantiene el negocio más escondido de Ana Urchueguía. Un lugarrecóndito donde “la alcaldesa de España”, como le define uno de suspeones, no se corta a la hora de dejar huella: las vacas y los toros llevanmarcado a fuego el sello AU. “Es el fierro de la propietaria consus iniciales”. Eso confirma que hemos llegado al lugar que buscábamosdesde hace horas.

Un espectáculo de la naturaleza. De Somoto a Las Sabanas

La carretera que une Somoto con Las Sabanas, unmunicipio a veinte kilómetros del “epicentro de la cooperación”,comienza con un pavimento adoquinado, sigue en una pista de piedra más o menostransitable (uno no sale de su asombro al ver circular un autobús) hasta elpoblado de San Lucas, se convierte en un complicado camino hasta el municipiode Las Sabanas (término municipal al que pertenece la finca) y termina en unaprueba para expertos del 4x4 si se quiere llegar hasta la finca.

A izquierda y derecha, la naturaleza se empeña endemostrarnos su fertilidad: bananos, maíz, frijoles, tabaco, frutales de todotipo, nequén (una especie de aloe vera muy apreciada para fabricar cuerdas) ycafetales por doquier.

Son más de dos horas desde que dejamos el centro deSomoto hasta que llegamos a un portón sin nombre. Es la única entrada a lafinca de “la alcalda”, nos dice Ernesto, que ha venido corriendodetrás de coche para que no nos perdamos. No se puede negar buena voluntad aestos campesinos que desconocen lo que supone que Ana Urchueguía haya compradola finca a Asodecom, la ONG a la que ella misma daba ingentes cantidades dedinero en nombre de la cooperación.

Ernesto ha sido el último eslabón de una largabúsqueda, porque a pesar de la considerable extensión del terreno casi nadiesabe quién es el verdadero propietario de tan rico latifundio. “Sonrazones casi históricas”, nos advierte el somoteño que nos acompaña.“No pregunten por la finca de doña Ana, fíjense en el historial delregistro y así llegaremos”.

Dicho y hecho. Primera parada en el núcleo de LasSabanas, una pequeña población donde los campesinos a caballo se mezclan con elalumnado vestido de impoluto blanco. Nadie parece saber dónde cae esa finca sinnombre hasta que una mujer entrada en años la reconoce cuando citamos alpropietario “histórico”: Mocho Umanzor. “Aquella finca debeser la que compró el que era alcalde de Somoto, Marcio Rivas”. En esemomento sabemos que vamos bien, porque Marcio y Ana son (o lo eran) uña ycarne... en el sentido más literal del término.

“Sigan hacia arriba y busquen el camino deOruce”, grita cuando ya estamos en marcha. La siguiente señal es un postede Movistar que asoma entre ceibas, robles y pinos que por un momento recuerdana cualquier camino de montaña en Euskadi. “Después de la señal, bajen porla pista de la derecha”, nos dice un campesino desde su cabalgadura.

El camino se complica, y por fin vemos lo más parecidoa un terreno potrero (así le llaman a los llanos con pasto) y una fincacon casa. Pero esa corresponde a Benjamín, y su capataz nos da más señales:“No es de Marcio, él la administra. La llamamos de Asodecom, aunquesiempre fue la finca San Ramón, y el capataz que la lleva es Jesús Moreno.Sigan, y cuando vean su casa, pregunten”.

Cien reses de la ganadería ‘AU’. La finca y el fierro

El camino, ya de por sí muy complicado, se convierteen intransitable si no lleva el volante un conductor experto. Más preguntas enlas tres chabolas de campesinos nos dicen que estamos cerca: “Por allátuerzan después de la escuela de Oruce”, dice uno; “Agarren elcamino al Matasano”, dice el otro; “Justo detrás de esta loma van aencontrar un llano y esa es la finca que lleva Jesús, aunque no sé decirlequién es el dueño”.

Seguimos ascendiendo hasta que parece que el caminollega a su fin. Un conjunto de cuatro bordas anuncia el final del trayecto.Allí viven Jesús y su familia, más de una docena de parientes que charlantranquilamente apoyados en el murete de piedra que marca las lindes.Preguntamos por el capataz, pero aún hay que volver a encender el motor delcoche. “Jesús está en la finca, que no es la que ven aquí con el cafésino otra más llana, más buena para el pasto”. Sigue la búsqueda, pero nopodemos estar lejos porque Ernesto viene corriendo y porque vemos un carteldonde se lee “Finca Rosario”. Los datos del equipo deinvestigación de Noticias de Gipuzkoa se revelan muy exactos, porquesegún las escrituras uno de los terrenos lindantes de la finca de AnaUrchueguía pertenece a Rosario Umanzor, hermana del antiguo propietario delterreno donde ahora pasta el ganado de la delegada del Gobierno vasco en Chile.

Por fin, cuando el camino acaba en un vallado conespino, Ernesto nos enseña la entrada a la finca. Retira el cierre y abre elportón a las posesiones más ignotas de “Doña Ana”. El GPS marcalatitud N13º 21’54,7” y longitud 86º 39’17,3” (loscuriosos pueden consultar las coordenadas en Google Earth y admirar desde elcielo los dominios de Urchueguía en este precioso lugar).

La entrada permite observar cerca de diez hectáreas deun terreno con pasto que amarillea justo antes de que empiece la época delluvia, pero aún con una pequeña laguna en lontananza donde abrevan algunas delas cabezas de ganado propiedad de Ana Urchueguía. Jesús dice que son cerca deun centenar de reses. Más allá, se extiende una masa forestal tupida pero noselvática. “Es un robledal, de lo mejor del país. Pura madera”,exclama orgulloso Jesús al pensar que somos potenciales compradores.

Jesús parece encantado de recibir a extranjeros a losque no esperaba. No se muestra reservado, tiene el carácter noble del campesinoque, orgulloso, muestra la tierra que trabaja. “Esto da mucho trabajo,porque la extensión es muy grande y estoy solo”. En esto no es muy exactoporque aparecen surgidos del horizonte media docena de jóvenes: “Son lacuadrilla que me echa una mano”.

La cuadrilla y él viven en las casas que unos metrosmás abajo hemos dejado atrás. Un pequeño poblado sin agua corriente aunque conposte de luz. Debe de ser, este de la electricidad, uno de sus pocos lujos,porque pertenecen a las clases más humildes de Nicaragua, esa a la queUrchueguía trataba tan despectivamente en los vídeos difundidos a través deYoutube. “A mí me dejan dentro de la finca un pequeño terrenito dondecultivo unos frijolitos y un poco de maíz, y ya… con eso vamostirando”, dice Jesús.

Ellos van tirando y parecen satisfechos de tener almenos ese pequeño terreno. Pero la propietaria no quiere que nadie se olvide dequién manda allá, pese a que sean otros quienes trabajen su tierra. La prueballega a lomos de una vaca de cuatro años con pelo color crema y vetas encanela. Sobre el cuarto trasero derecho, una marca a fuego avisa de quién es ladueña: AU. Al principio, uno piensa que está imaginando lo que no cree posible,pero es el propio Jesús quien nos saca de dudas: “Son las iniciales de laalcaldesa de España: Ana y la U de un apellido difícil. El fierro estádepositado en el ayuntamiento, no lo tengo aquí”. Para conseguir marcarel ganado, hace falta pagar un canon anual al Ayuntamiento, y eso obra a modode certificado de propiedad.

“La dueña de todo lo que ven”. Los hombres de “doña Ana”

Lo que veinte kilómetros atrás y dos horas antesempezó siendo “Finca San Ramón” de Moncho Umanzor, pasó a ser segúnnos acercábamos a nuestro objetivo el terreno sin nombre de Marcio Rivas yahora, por fin, son los dominios de Ana Urchueguía, “la dueña de todo loque ven y lo que está más allá porque es una pena que no hayan venido con mástiempo para que les enseñara todo lo que hay aquí”, aclara Jesús Morenotras sus gafas de sol de diseño y perilla extrañamente moderna.

A esta hora de la tarde, Jesús y el resto de peonesestán recogiendo el ganado para meterlo en el cercado junto al que se levantanunos cimientos con cuatro paredes sin techar. Es el segundo intento de levantaruna casa, porque otras varillas metálicas de construcción asoman retorcidas yoxidadas unos metros más allá. “Es que está en venta”, dice Jesús,como queriéndose exculpar. Pregunto por el precio y sonríe mostrando un extrañoreborde dorado en toda la dentadura frontal: “Eso lo tiene que hablar conAquiles García, el administrador de las propiedades de doña Ana en Somoto; ayermismo estuvo aquí para llevarse una yegua”.

Aquiles García es el nuevo hombre fuerte de AnaUrchueguía en Somoto y sus alrededores. Antes lo fue Marcia Rivas, pero larelación se deterioró y el exalcalde fue apartado de este negocio, aunque aúnhay muchos lugareños que desconocen este cambio. Los dos, Marcia y Aquiles,constituyen junto a Marvin Corrales (que se encarga de manejar otros interesesde Urchueguía en Somoto) el núcleo duro de la delegada del Gobierno vasco enChile y Perú en esta zona del norte de Nicaragua.

“Vayan ypregunten por Aquiles, aunque ya le digo que solo se vende la finca entera, nopor lotes, y esto cuesta mucho dinero”, se despide el amable empleado deUrchueguía levantando el machete al lanzarnos el último saludo. “Salganpor el otro lado, no vayan otra vez a Las Sabanas, que van a agarrar antes lapana_mericana que les lleva Somoto”. Gracias, Jesús, buen consejo.