Congreso. Hace unos días, en el XXX Congreso de Historia de la Veterinaria celebrado en San Lorenzo del Escorial (Madrid), presentamos una comunicación titulada Noticia de una central pasteurizadora de leche en Donostia/San Sebastián en 1948. La reseña se enmarca en la denominada “Época del hambre”, hoy desconocida.
Desde el año 1937 hasta junio de 1952, en que desaparecieron las cartillas de racionamiento, el 20% de la leche que traían las caseras a la ciudad era intervenida por la Guardia Municipal para su reparto a los centros hospitalarios, de beneficencia y establecimientos de hostelería.
Un “afecto”, D. Delfín Rosell Campderrós, que disponía de una pasteurizadora de leche en la calle Zabaleta número 32, propuso en enero de 1948 al Ayuntamiento donostiarra que, en determinadas condiciones económicas, ese cupo se facilitara pasteurizado. Loable iniciativa de salud pública que funcionó hasta el 1 de junio de 1949, cuando, debido a las cuantiosas pérdidas originadas que debía asumir el Consistorio, se suspendió.
Lo de las centrales lecheras obligatorias llegaría en 1952. Un amigo fue amonestado en su casa con la prohibición de repetir la gracieta en la calle, por decir que Gurelesa era el acrónimo de Granujas Unidos Reciben Excelente Leche Expenden Solamente Agua. En la calle, los manifestantes repetían: “¡Gurelesa, agua de mesa!”.
Hambre y silencio en una época en la que se miraba hacia los lados antes de decir, bajando el tono de voz, lo que pensábamos.
Arma de guerra
El hambre se ha utilizado como arma de guerra y represión hasta nuestros días. Los cercos implacables a las ciudades obligaban a sus defensores a vaciar sus almacenes de provisiones y aljibes de agua, con el consiguiente levantamiento popular contra los defensores de la ciudad o fortaleza. En épocas más cercanas, el Hungerplan o Plan del Hambre, auspiciado por los nazis en algunas regiones de la Europa del Este o la gran hambruna provocada por Stalin en Ucrania, el Holodomor, que mató a millones de personas y todavía hoy sigue provocando resentimiento hacia Moscú. Y, actualmente, el sitio a Gaza provocado por los sionistas, impidiendo el acceso a Gaza de los camiones con víveres y a las pijas progres creadoras de contenido de la flotilla llevarles arroz de Calasparra y prédicas feministas y LGTBI a sus moradores.
El franquismo supo administrar el hambre decretando en 1937 la intervención de los alimentos e instaurado un régimen de cartillas de racionamiento que generaría la aparición de un mercado negro de los mismos, denominado popularmente “estraperlo” –término ligado a la capital donostiarra por otras circunstancias relacionadas con el juego–, que sería el germen de una corrupción generalizada del régimen; afectaba a los mandos del ejército que gestionaban los “cupos” de importación, a la Falange –el partido único– y a los altos cargos de la Administración, comenzando por el propio jefe del Estado, enriqueciendo también a algunos productores y a muchos intermediarios, porque el reparto de las cartillas lo hacían los ganadores, mientras la propaganda repetía machaconamente en los medios de comunicación la frase pronunciada por el dictador cuando asumió la Jefatura del Estado el 1 de octubre de 1936: “No habrá un hogar sin lumbre, ni una familia sin pan”. Y no hubo uno, sino muchos.
La hambruna en España
Este fenómeno, analizado por algunos investigadores en los últimos años, se ha reflejado en la tesis doctoral de Gregorio Santiago Díaz, Culpa de la guerra, culpa de Franco; la hambruna española en la Andalucía oriental rural de posguerra (1939-1953), defendida en Granada en el año 2022 y reflejada en tres publicaciones: Las recetas del Hambre. La comida de los años de posguerra (Ed. Crítica, 2023) de David Conde, Lorenzo Mariano y José Carlos Sampedro; la de la investigadora Dra. Alba Nueda Lozano en El hambre como arma. Escasez republicana en la guerra civil (1936-1939) (Comares historia, 2024), y la del historiador Miguel Ángel del Arco: La hambruna española (Ed. Crítica, 2025).
El régimen del dictador trató de justificar la escasez de alimentos por la destrucción de la economía por los rojos previa a su derrota, lo que se demostraría era falso. También se adujeron, insistentemente, las adversas condiciones meteorológicas, la pertinaz sequía, cuya veracidad no corroboran los datos y frente a la que, el cardenal Segura solicitaba oración y penitencia. Se culpó al bloqueo acordado por la ONU –si ellos tienen ONU, nosotros tenemos dos–, ocultando que el motivo era debido a la alineación de España con Alemania a la que, agradeciendo los favores prestados a la causa nacional por los nazis, les abastecía de víveres y materias primas, wolframio, por ejemplo, para la fabricación de aceros especiales y no se vendieron vacas lecheras de Cantabria a Alemania por la alta prevalencia de la tuberculosis, mientras se transigía con la circulación de trenes que entraban por Canfranc con destino Lisboa, atravesando todo el Estado cargados con los objetos expoliados a los judíos para su traslado a escondites sudamericanos.
La principal causa de la hambruna fue la autarquía económica; una decisión política que, amén de provocar la dimisión del ministro de Hacienda José Larraz –el único de aquellos chusqueros que sabía algo de economía–, resultó catastrófica para las finanzas del país y empujó a una parte significativa de la población a la miseria, con un saldo de 200.000 muertos entre 1939 y 1942 por enfermedades infecciosas vinculadas a la desnutrición y falta de higiene, como la tuberculosis, el tifus y la difteria, especialmente en Andalucía y Extremadura, a los que debemos añadir otros 20.000 en la Andalucía Oriental en 1946, poco antes de la providencial visita de Evita Perón.
Hoy domingo
Garbanzos con bacalao (gadus morhua). Escalope con hongos (boletus edulis). Castañas asadas. Tinto Coto de Imaz reserva 2020. Agua del Añarbe. Café y petit fours de Gasand. l