Tengo alguna vinculación con la ciudad. En mi infancia, por razones laborales de mis familiares, pasé los veranos en el barrio de La Marina, acudiendo a la escuela estival de D. Remigio, junto a la plaza de toros, pescando en el Bidasoa y bañándome en la gran playa.

A comienzos de los ochenta desfilé en dos ocasiones en la compañía Ama Guadalupekoa, junto a dos amigos que también trabajaban en el Alto Urola, invitados por la cuadrilla local del zumartarra González de Audikana, (s.t.t.l), veraneante en la ciudad. Teníamos fresco lo del orden cerrado y no había que decidirse por ninguna opción. Un único Alarde, el de siempre, con casi 350 años. Hoy, tampoco habría dudado.

Alarde

En la segunda acepción del diccionario de la RAE: Revista. Inspección que hace un jefe. Era, en la época foral, antes de la obligatoriedad del servicio militar, una formación militar periódica ante el alcalde de cada localidad, en la que se hacía reseña de los soldados, caballos y de sus armas, para evaluar su disposición para el combate.

Voto

En la séptima acepción del Diccionario de la RAE: Ofrenda dedicada a Dios o un santo por un beneficio recibido.

Milicia foral

Desde tiempo inmemorial y hasta la desaparición de los Fueros con el Abrazo de Bergara el 31 de agosto de 1839, cada localidad vasca tenía la obligación de disponer de una compañía armada con hombres instruidos militarmente, a disposición real. Si la intervención para la que se les requiriera era dentro de Gipuzkoa, la costeaba cada Ayuntamiento. Fuera del territorio, los gastos los sufragaba la Corona. Su máximo responsable era el alcalde de la localidad, investido como capitán, mientras que el diputado general ostentaba la condición de coronel de la provincia. Todas las poblaciones de cierta entidad celebraban su alarde militar una vez al año.

Algunas lo mantienen por mor del voto, Hondarribia e Irun. Otras, Tolosa, por ejemplo, lo recuperó hace unos años. En todos los casos, en la actualidad, tiene un componente festivo para la población, pero no deben compararse con la Tamborrada donostiarra, que es una parodia en su origen, aunque vistan uniformes militares.

Los asedios a hondarribia

La ciudad, goloso bocado estratégico, fue tomada por tropas franco-navarras en 1521 en su intento, fracasado, de reconquistar el Reino de Navarra y asediada por los castellanos hasta 1524. Precisamente, la derrota de las tropas navarro-gasconas, el 30 de junio de 1522, festividad de San Marcial, es lo que se conmemora en el Alarde de Irun, por su voto.

En junio de 1638, Hondarribia volvería ser sitiada por parte de las tropas del Rey Luis XIII de Francia al mando del Príncipe de Condé, en el contexto de la Guerra de los Treinta Años. El alcalde Diego Butrón y Eguía y el vecindario solicitaron la intervención celestial para que se levantara el asedio que padecían donde, curiosidad histórica, se utilizaron por vez primera los morteros contra los asediados.

Por la intervención celestial, siguiendo el ejemplo de los iruneses y, también, por el fenomenal ejército que logró reunir el IX Almirante de Castilla, Juan Alfonso Enríquez de Cabrera, tras 69 días de penurias, el 7 de septiembre de 1638 se vieron cumplidos los deseos de los hondarribitarras y, en consecuencia, cada 8 de septiembre, desde 1639, se renueva el voto de agradecimiento que las autoridades y los vecinos hicieron a la Virgen.

Por último, en 1794, durante la Guerra de la Convención o Guerra de los Pirineos, cuando Francia se extendió hasta Bergara, también sufriría otro asedio que, como ocurriría en algunos otros momentos excepcionales a lo largo de los siglos, es de suponer, se suspendería el compromiso ciudadano.

Festejo popular

Tanto el alarde militar como el voto religioso –Te Deum-– a lo largo de los años, sin perder su esencia, intimista, de personal conexión con los ancestros para los nativos, fueron adquiriendo un tinte cada vez más festivo, más participativo, admitiendo en sus filas a “veraneantes” y algunos invitados.

Otro asedio

Del militarismo al feminismo. La tradición comienza a cuestionarse en la década de los noventa desde la izquierda abertzale, por lo que suponía de estética castrense, españolista y rancia, como expresión contraria a los “genuinos” sentimientos del pueblo vasco, pero el planteamiento no cuajó entre el vecindario de las dos ciudades, Irun y Hondarribia, que asumen con naturalidad e indisimulado orgullo sus ocasionales empleos militares y unas agrupaciones de amigos que se denominan “compañía” o “escolta”, en lugar de cuadrilla, comparsa o peña.

Obviando aquel intento de desestabilización, el Alarde continuó siendo un espacio de emoción y libertad para los nativos, profundamente enraizado en el pueblo, impermeable a ideologías o intenciones de voto e incomprensible –como casi todas las fiestas locales– para los foráneos, que no terminan de entender la gracia de un multitudinario y monótono desfile militar.

Cambiaron la táctica, retorciendo la realidad hasta hacerla encajar en su discurso para hacerse con el control de la fiesta: la igualdad. Concepto fetiche. El Alarde era machista, conculcaba los derechos de las mujeres, que sólo podían desfilar como cantineras. Además, ya existía el precedente de la Tamborrada donostiarra, una fiesta totalmente diferente en sus orígenes, como se ha dicho, donde la mujer se había integrado en igualdad de condiciones.

Y el nuevo relato fue un éxito, en lo que al objetivo de imponer una nueva versión festiva más inclusiva y cismática. Y encima, con una reacción timorata de las instituciones superiores que, abducidas por el espejismo progresista, apoyan la iniciativa, aunque ya les haya costado una alcaldía, lo que debiera hacerles reflexionar. Lo dudo.

En la actualidad existen dos desfiles, el tradicional y el mixto. Y la situación parece perpetuarse.

Hoy domingo

Ensalada de tomate ilustrada. Xapo rebozado. Melocotón y ciruelas. Tinto de crianza Solagüen. Agua del Añarbe. Café, petit fours de Gasand. l