eguro que han escuchado lo de la cultura de la cancelación. Se airea en altavoces mediáticos por gente (señores mayormente) que asegura sentirse acosada por ese revisionismo que quiere eliminar el pasado y todo eso. Es una mentira: no es una cultura que cancele sino una reflexión sobre un mundo que no siempre ha sido ejemplar ni lo sigue siendo, y sobre cómo ciertas costumbres sirven para perpetuar discriminaciones y odios de gran raigambre, pero ciertamente incompatibles con una cultura igualitaria y defensora de los derechos humanos. ¿Será posible decir algo sin ofender a nadie?, se preguntan con sus lágrimas de cocodrilo quienes con el cubata en la mano siempre han dicho lo que querían sin pensar en lo injusto de su posición privilegiada. Ahora que otras personas ocupan el espacio público, otras causas nos preocupan y otras miradas se abren paso desmontando ese relato que había construido nuestra supremacía, reclaman libertades y respetos al pasado. ¿Por qué? Cuando ellos eran hegemónicos no hicieron nada por evitar ese desprecio a las mujeres, a las personas a quienes racializaban, a las situaciones sociales que marginalizaban, declaraban viciosos a quienes no compartían sus casposos preceptos morales que, eso sí, vulneraban cuando les venía en gana porque ellos lo valían.

Es más, se me hace imposible que nadie pueda entender que en su propia trayectoria (mi propia biografía, no soy diferente) todo haya sido siempre limpio, siempre acogedor o inclusivo. No puede ser así: yo mismo ejercí en la escuela esa discriminación contra las mujeres que era sistémica, pero asumida y aprendida por todos los niños. Hoy todavía me tengo que corregir cuando se me escapa el machismo que me acompañará siempre. ¿Cancelación? Más bien la necesidad de cambiar un mundo tan injusto y desigual siempre.