l asesinato de Samuel se puede analizar de múltiples maneras, pero requiere un endurecimiento penal contra cualquier ataque a una persona por ser homosexual y aún más si esa agresión es mortal. Hay unos políticos que han decidido que no existe la violencia machista, que las mujeres se mueren solas, o se golpean contra los puños de sus exparejas, se lanzan contras sus cuchillos. Esos mismos individuos, que cobran de lo público y tantas veces han demostrado no tener otro oficio ni beneficio, niegan también el derecho de los homosexuales a reivindicarse, a ser iguales, a tener orgullo. Prohíben, desdibujan, banalizan sus demandas porque no toleran la igualdad, no les gusta el feminismo y no les gustan los homosexuales, y un día un juez avala una campaña contra los menores migrantes aunque los datos sean falsos y otro día prohíbe colocar banderas gays en el balcón institucional y cuando cualquier desalmado se cree con autoridad moral para hacer lo que acabe haciendo nos llevamos las manos a la cabeza, y ni siquiera todos, me temo. Lo de Samuel ha sido un salvajada y antes de llegar a ello, al primer imbécil que llame “maricón”, persiga o intente acojonar a otra persona por su condición sexual hay que bloquearla con todo el peso de la ley, que debe ser más exigente y rápida si queremos detener esta pandemia de machismo y homofobia.