s innegable que medio mundo no sabe cómo vive el otro medio. Y no me parece tan mal, la verdad, porque digerir determinadas realidades resulta duro y, no nos engañemos, no somos una sociedad equilibrada para dar respuesta a tan compleja disyuntiva. En nuestro estado de bienestar convivimos "buenistas" e "insensibles", aquellos que se echan a las espaldas la responsabilidad de todos los males del mundo, y otros que son capaces de naturalizar que un niño se ahogue en sus narices, asumiendo que no es nuestro problema. Mercadear con vidas humanas, como ha hecho Marruecos al lanzar a parte de su población a la desesperada en busca de "libertad", resulta macabro, pero efectivo ante una sociedad débil como la nuestra, incapaz de mirar de frente a realidades a las que damos la espalda en el día a día. También en casa, ¡ojo! Imágenes como las que nos llegan desde la playa de El Tarajal, en Ceuta, y ni qué decir desde la franja de Gaza son tremendas. ¿Cómo encajarlas, si uno se mete en el pellejo del masacrado o de quien se tira al mar con un flotador de Coca-Cola porque no sabe nadar? ¿Hasta dónde tender la mano, y dónde ponerla firme? ¿A quién dejar morir? Una ecuación imposible. Nuestra fortaleza, el compromiso con los derechos humanos, es también nuestra debilidad en esta Guerra Mundial 4.0.