uando transitas más allá del toque de queda lo haces con el temor de que las fuerzas de la autoridad te den el alto y tengas que explicar que eres periodista y que en algún lugar dentro de tu cartera tienes el salvoconducto que te ha firmado la empresa. La semana pasada se dio una situación de estas, en la enésima historia absurda que nos ocurre a Juanma Molinero y a mí cuando me lleva a casa en coche. Nos pusimos a la altura de una patrulla de la Ertzaintza, que esperaba a que un semáforo se pusiese en verde, y previendo que nos pidiesen explicaciones, bajamos la ventanilla. Desde la patrulla, uno de los agentes hizo un gesto de complicidad con la cabeza. No entendíamos nada y nos quedamos esperando alguna otra indicación. Volvió a hacer un gesto, en esta ocasión para señalarnos que no pasaba nada y, entonces, al más puro estilo del encuentro entre Stanley y Livingstone, arrancó a decir: "Nacionales... supongo". "No, periodistas". Tuvimos que repetir un par de veces nuestra profesión ante unos aparentemente incrédulos er-tzainas que, amablemente, nos dejaron ir. En un primer momento mi compañero me ordenó afeitarme en cuanto llegase a casa y, en un segundo, nos empezamos a reír de la idea de parecer secretas. De haberlo sido, por lo menos, ya estaríamos vacunados.