os catalanes regresan hoy a las urnas tres años después de la última convocatoria, cuando se celebraron bajo el poder del artículo 155. En este caso también ha sido una polémica decisión judicial la que ha forzado celebrar los comicios este domingo, anteponiendo el derecho al sufragio al de la salud pero que en plena pandemia puede resultar contraproducente, con grave riesgo de naufragar si los ciudadanos se refugian en casa y la participación no supera el 50%. No hay que olvidar que en las últimas elecciones vascas, que se celebraron en una situación epidemiológica mucho más favorable, apenas votó la mitad de los que tenían derecho al sufragio. Pese a la incertidumbre que rodea esta convocatoria, las encuestas vaticinan un resultado que, en sus grandes líneas, consolida el escenario político que ha llegado hasta hoy tras el referéndum del 1-O. Es decir, mayoría independentista suficiente para gobernar pero sin alcanzar el objetivo de la mitad más uno (en votos) que otorgaría un plus de legitimidad a su causa. Desde Euskadi, a Catalunya se le ve ahora más apagada, lejos de la ilusionante efervescencia que transmitían aquellas gigantescas movilizaciones; como si sufriera una resaca que se manifiesta en desunión y agravios que la otra parte aprovecha para el inmovilismo y el congelamiento del conflicto a base de vagas promesas que nunca llegan pese a que en Moncloa, eso venden, se sienta la fórmula de gobierno más proclive posible a una solución.