a Gran Recesión debilitó el valor de la confianza y nos previno para no dejarnos embaucar por mensajes, en muchos casos bienintencionados, que sitúan su verdad en el futuro. De lo que nos prometen conviene creer lo justo y testarlo día a día, a semejanza de esa expresión futbolera del "partido a partido" con la que los entrenadores conjuran el cuento de la lechera. Ursula von der Leyen ha emborronado su hoja de servicios con la promesa de que para el verano el 70% de la población europea estaría vacunada. Hubo quien puso el champán a refrescar pero las farmacéuticas no tardaron en frustrar los planes de fiesta en plena tercera ola. Ha reconocido la presidenta comunitaria que al hacer su previsión ignoró los problemas de producción de la vacuna. Otro baño de realidad cuando la pandemia se acerca al primer aniversario, sin más certezas de que a la pesadilla, todavía, le queda mecha. Pero lejos de caer en la desesperación, hay margen para el optimismo. Los primeros signos de la positiva acción de la vacuna ya los estamos viendo en las residencias de mayores, que emiten señales de que la cosa funciona. Y la población también lo percibe. Desde que comenzó la campaña de vacunación en Euskadi, ha subido de forma sensible el número de ciudadanos dispuestos a vacunarse, según la última encuesta del Gobierno Vasco. Tres de cada cuatro vascos esperan ya su turno para la inyección.