an pasado varias semanas desde que degollaron a un profesor francés por mostrar unas caricaturas de Mahoma en una clase relacionada con la libertad de expresión. Y pocos días desde que el actor Willy Toledo haya sido absuelto de un delito contra los sentimientos religiosos. La blasfemia, a la que se agarra el islamismo salvaje para sus escabechinas, no es ahora delito entre nosotros, pero sí el ataque a los sentimientos religiosos. Meterse con Dios podría conllevar multas o cárcel en caso de impago, aunque este extremo rara vez se aplique. A estas alturas del milenio, y con problemas mucho más graves en los que ocupar a jueces y abogados, parece que la ofensa a los sentimientos religiosos es más importante que el ataque a otro tipo de afectos personales. Quizás ha llegado el momento de reconocer que todas nuestra creencias pueden ser insultadas o tomadas a chufla y que el insulto más dañino no es el más fuerte sino el que peor se acepta. A veces, las personas deben defender su honor o pelearse contra acusaciones falsas en los tribunales, pero los sentimientos religiosos se defienden solos. Si alguien quiere atacar a los santos, las deidades o los ídolos, ellos que todo lo pueden ya sabrán qué hacer. No necesitan de abogados para salir del paso.