na pancarta de la manifestación de hosteleros del pasado sábado decía: En Altza somos de bares. Y creo que no solo en Altza. Esta sociedad es de bares. Aunque hay gente que no los pisado nunca, son raros. Hasta las abuelitas, que de jóvenes no hacían uso de estos locales, agradecen ahora poder sentarse en una de las nuevas terrazas para tomar un café en compañía. El bar, para muchos, es una extensión del propio hogar y los camareros, como un vecino al que ves a menudo y con el que comentas cosas. No es lo mismo ver un partido de fútbol frente al televisor que hacerlo en compañía de otros. La hostelería ha sido refugio laboral para muchas personas sin especial vocación y un nicho enorme de trabajo que ha ido engordando. La pandemia ha puesto coto a la hostelería con un objetivo sanitario. Pero el pato no lo puede pagar solo este gremio. Me imagino la desazón de los que tienen que pagar el alquiler de casa y el del negocio, además de los impuestos, sin ningún ingreso. No es justo. No sé cómo lo habrán hecho en otros países, pero estos pequeños satélites del hogar se merecen un cambio de leyes ya. Incluso los hosteleros menos amables, esos que hacen como que no te ven para no atenderte y no han aprendido la calidez de su oficio, no se merecen semejante castigo.