os dos principales partidos estadounidenses suelen apurar cada agosto de año electoral en sus respectivas convenciones. Son las celebraciones de cuatro días en un gran palacio de congresos con las que gozan analistas, periodistas y seguidores de la cosa política. Este año, sin embargo, las grandes escenificaciones dejan paso a otra realidad coronavírica. Se vio hace unos días en la cita demócrata: más vídeos y menos asistentes que otros años. La convención republicana no será diferente. Trump ya se ha trabajado una convención para él, como lo hacen todos los candidatos, pero en su caso, apropiarse de algo suele ser sinónimo de reventar las convenciones establecidas. Una de esas es el discurso de aceptación de la candidatura: lo hará el jueves, pero no en el lugar donde se celebra la cita, ni en el gran estadio de la ciudad, sino desde la Casa Blanca, símbolo que debería quedar fuera de la contienda electoral y que el equipo de Trump mete en campaña en una decisión más que estudiada. Como lo es poner en duda la fiabilidad del voto por correo. Imaginen a un presidente dudando del sistema electoral de su país, por muy federal y descentralizado que sea. Un candidato dudando de su país y de su gente. Es lo que tienen en el fondo estos discursos, que en nombre del pueblo aparentan lo contrario.