uando ya teníamos las respuestas, nos cambiaron las preguntas, y con una inevitable sensación de desconcierto se impone ahora bajar un peldaño en esta segunda quincena de agosto tan extraña en la que la pandemia nos arrebata la conquista de certezas. Queremos saber, tener seguridad de lo que ocurrirá con el dichoso virus y nuestras vidas. Pero pasan los meses y, más allá de recomendaciones y teorías varias, nadie en el mundo es capaz de aportar certezas, lo que inevitablemente conduce a la inquietud. A este respecto, resulta curioso observar el comportamiento de políticos y científicos cuando se someten a la ronda de preguntas de los periodistas tras las ruedas de prensa. Las respuestas, frecuentemente, son vagas cuando no evasivas, algo que por otra parte no debería extrañar teniendo en cuenta que hay situaciones de la vida, como la actual, que son únicas. Se aprende a base de ensayo y error, y en el caso que nos ocupa no cabe un enfoque frecuentista en la medida en que no hay repetición ni comparativa posible con lo hasta ahora conocido. El tiempo y la responsabilidad individual y colectiva, junto a una adecuada gestión, arrojarán luz. Entretanto, quizá lo más oportuno sea aprender a manejar la incertidumbre en vez de buscar certezas que, por el momento, ni están ni se les espera.