lámenme especialita, lo mío es casi patológico. Intento encontrar lo bueno en lo malo, porque soy de las que cree que cada cual hace fuerza en un sentido u otro. Si te tiras por las escaleras, te harás daño seguro. La que todo lo ve negro y solo piensa en que este paseo más o menos largo por la tierra es una desgracia constante, tiene más boletos para darse el batacazo. Bueno, es lo que quiero creer y les agradecería que no me quiten la ilusión, que una ya tiene unos añitos y así me ha ido más o menos bien. Eso sí, protestar me gusta, porque es gratis y desahoga, ¡qué leches!, que nadie se piense que no me entero de lo que pasa, otra cosa es que disciplinada como soy acabe obedeciendo. Y todo este rollo viene a lo que viene: las mascarillas y su uso obligatorio. A mí me agobian, pero si me dicen que la lleve, pues la llevo, convencida de que en este momento todas tenemos que remar en la misma dirección. Bueno, que me vuelvo a despistar. Dándole vueltas al tema le veo a todo esto una ventaja clara. Hay días que ando con prisa y me las veo y me las deseo para esquivar a las personas con las que no me quiero parar y no es tan fácil, no soy buena disimulando. Ahora todo se simplifica, con decir que no le he reconocido con la mascarilla, listo. ¿Ven qué fácil es ver la botella medio llena? Inténtelo.