hace un par de semanas concluyó la serie ETA, el final del silencio que ha emitido Movistar. Son siete capítulos y, salvo el último, tienen la particularidad de que se pueden ver de manera aleatoria. Con evidentes lagunas y un título algo pretencioso, no sé si es un producto que debería proyectarse en las aulas a las nuevas generaciones, como sugiere más de uno en las redes sociales, pero si alguna virtud tiene es que remueve conciencias. Nos habla de hechos que sucedieron hace dos telediarios, pero parece que se pierden en el pleistoceno. En un país tan pequeño como este, todos hemos tenido vecinos, amigos y familiares asesinados, extorsionados, escoltados, detenidos, encarcelados o torturados. Si algo llama la atención es cómo llegamos a convivir con la violencia, en todas sus vertientes, que fueron muchas, como si fuera algo cotidiano. Nos queda un futuro en paz, concordia y reconciliación, que en el epílogo de la serie está representado por las cuatro víctimas que hablan en torno a una mesa en una sociedad gastronómica: Josu Elespe y Sandra Carrasco, hijos de Froilán Elespe e Isaías Carrasco, respectivamente, ambos asesinados por ETA; Maider García, hija de Juan Carlos García Goena, víctima de los GAL, y Peru del Hoyo, hijo de Kepa del Hoyo, preso de ETA que murió en prisión en 2017.