Será tarde
mientras se alimenta un falso consenso público, sobre esto y sobre aquello, 'honetaz eta hartaz', crece a lo bestia la deserción privada
Según una encuesta de La Vanguardia, Aliança Catalana obtendría hoy 19 escaños en el Parlament y Vox se haría con 16, y no por suavizar su mensaje, sino por endurecerlo. Ahora sólo tienen dos y once, respectivamente. Atraerían así entre ambos a un cuarto del electorado, y casi empatarían con el poderoso PSC. En cuanto a la independencia, ni siquiera supera a la seguridad entre las preocupaciones actuales de los catalanes. Vaya, vaya.
Y, sin embargo, si uno se pasea por la Catalunya oficial o alternativa la realidad es otra. O, mejor dicho, otra es la irrealidad. Esa peña hartísima apenas aparece, y si lo hace es reducida al estereotipo cejijunto, versión rural o barrial. Para qué debatir sobre sus problemas con lo fácil que es considerarlos simples sensaciones. Para qué desmentir sus cuitas pudiendo tildarlas de exageraciones. Para qué sentarse a rebatir, razonar, argüir, refutar, si ya sentenció Durruti que al fascismo no se le discute, se le destruye. Es más: ¿para qué analizar un fenómeno político y social al alza cuando basta tacharlo de fascista o ultra, términos que caben bien en la pancarta y el teleprónter?
Esa hartísima peña también existe aquí, porque aquí también existen esas cuitas y problemas. No figura en los titulares, abunda en los comentarios. No se la invita a las tertulias, se suelta en el bar, el gimnasio y el bus. Y mientras se alimenta un falso consenso público, sobre esto y sobre aquello, honetaz eta hartaz, crece a lo bestia la deserción privada. La diferencia con Catalunya es que aquí a la peña hartísima no la atiende nadie. Ni en los medios ni en las urnas. Y un día será tarde.