Día de tormenta perfecta. En el desayuno, el comisionista evasor Aldama accionando desde una radio benevolente su ventilador de porquería. En el aperitivo, un debate en el Congreso sobre el decreto ómnibus de complicada ortodoxia parlamentaria, despreciado por muchos escaños de la derecha e inaudible entre permanentes cuchicheos indecorosos. Y ya cerca del almuerzo, la indigestión para el Gobierno Sánchez con la explosión de la bomba de relojería de Junts mientras su portavoz, Míriam Nogueras, reía eufórica, consciente de acaparar todos los fogonazos de las cámaras. Mientras, el PP se reía de que no suban las pensiones y de que las ayudas al transporte queden abortadas. El retrato demoledor del revolcón propiciado por una nueva pinza que funde a negro esta legislatura, acosada por una inestabilidad galopante y unas próximas sacudidas judiciales que se auguran preñados de morbo.

Así, ¿hasta cuándo? Resurge la pregunta desasosegante para desparramarse por los cuatro costados políticos y mediáticos, aunque ahora impregnada de fundamento. El sopapo de Puigdemont resuena demoledor y en un momento trascendente. El descalabro de ayer, que nadie se atrevía a pronosticar, aunque se temía, no es solo una derrota más en el juego de mayorías y minorías. Escenifica una acuciante orfandad gubernamental, maniata hasta la inanición la capacidad legislativa y espolvorea una sensación de elocuente zozobra sobre el devenir institucional que nadie se atreve a pronosticar. Otra vez, por tanto, a la espera del enésimo conejo de la chistera de Sánchez.

Junts se desenvuelve imprevisible, y en ocasiones irracional, porque sencillamente se muestra insaciable. Sigue sin asumir que nadie puede derogar la voluntad mayoritaria del pueblo catalán en favor de la presidencia de Salvador Illa en la Generalitat. Tampoco metaboliza como debiera que la amnistía para el estridente Puigdemont supone una competencia judicial, pese a que le asista la razón de la motivación política en la demora de su aplicación. En el fondo, se pelea contras las ruedas del molino. Como si fuera un aventurero, que posiblemente lo sea. Por eso tampoco le importa en demasía que millones de españoles vean paralizada la subida de sus pensiones y anuladas sus ayudas al transporte. También su nueva pataleta perjudicará a decenas de miles de catalanes, pero a ellos les intentará explicar que lo hace para vengarse de ese Estado opresor que les sigue racaneando el pago de la deuda histórica y que sigue negándose a admitir las aspiraciones soberanistas. Paradójicamente, además, no está demostrado que esta alucinante alianza con PP y Vox suponga como primera derivada un rédito para ERC.

En el caso de los populares, en cambio, nadie les garantiza el posible rédito de esta estocada hiriente a Sánchez. Un elevado porcentaje de su electorado sufrirá de entrada las consecuencias del rechazo registrado en este primer pleno del año. Muchos de ellos a buen seguro que siguen sin entender que entre las razones que arrastran a este quebranto para sus modestos bolsillos los suyos esgriman no sé qué de un piso para el PNV o el Gobierno Vasco en París. Ni siquiera su kamikaze portavoz, Miguel Tellado, se lo conseguiría explicar más allá de escupir improperios y mentiras intencionadas.

UN NUEVO TIEMPO

El PP suma de esta manera otra ventaja anímica, sin mirar a sus puntuales compañeros de viaje. Al pragmatismo de Génova solo les vale el minuto y resultado del deterioro sanchista. Como si empezara a acariciar la inmediata llegada de un nuevo tiempo por inanición del contrario. También podría ser un simple espejismo por la experiencia acumulada desde que se inició esta trepidante legislatura. Sin embargo, no supone temeridad alguna admitir que el futuro inmediato del actual gobierno emerge impotente en medio de investigados como Aldama o el novio de Ayuso, de jueces comprometidos con la prudencia o de errores de buena voluntad como los del fiscal general, entre otros factores desequilibrantes. Más aún, se esperan nuevas entregas escandalosas de varios de estos sumarios, ahora mismo repartidos por entregas por decenas de redacciones y de tertulianos, en su mayoría siempre de la misma procedencia.

Nadie debería dar por sepultado a Sánchez frente a esta insólita mayoría entre derechas. Después del golpe de mano en Telefónica y de apadrinar la vuelta del Sabadell a su casa natal, la batería vengativa del desafiante presidente está en plena ebullición.