El sinónimo de sinvivir es Pedro Sánchez. La desazón permanente. Los damnificados en Valencia aplauden a los Reyes cuando no está él; el PP se afana burdamente en amortizar a su vicepresidenta preferida en Europa; Podemos pone de los nervios a todo un gobierno y socios cuando en realidad solo busca sacudir estopa a Yolanda Díaz y unos minutos de telediario. Y justo cuando el presidente se dispone a festejar su enésimo match ball, salvado a los ojos vigilantes de la UE con la enrevesada reforma fiscal aprobada, aparece el “personaje” Aldama y tira de la manta con bazooka para estremecimiento generalizado en el entorno de Ferraz y La Moncloa y, de rebote, llena de alborozo al alicaído PP.

Ha venido la alarmante confesión de este descarado comisionista a amargar la merecida fiesta de la cohorte socialista. Tantas horas de desvelo en una tormentosa negociación, plagada de nocturnidad y un punto de alevosía, no merecían que, en el momento de festejar el éxito de un consenso sobre fiscalidad a izquierda y derecha, venga un reconocido defraudador de impuestos de hidrocarburos y eche paladas de corrupción sobre socialistas muy concretos. Paradoja demasiado hiriente, sobre todo para un Gobierno que transita cogido con pinzas. La consiguiente convulsión emerge con derivadas de calibre fácilmente imaginables.

Moción de censura

La puerta de la especulación, y por tanto de la intranquilidad, queda abierta de par en par. El premio de la Fiscalía Anticorrupción al declarante y la rápida excarcelación no pasan desapercibidos. A la espera de las pruebas, las imputaciones cargadas de tan honda gravedad se solapan con los comprensibles desmentidos inmediatos de los aludidos. La secuencia de siempre. Son tantos los casos de perversión que el guion resulta harto conocido. Hasta la apresurada reacción de un envalentonado Feijóo que invita a sacarse la espina de la moción de censura a Rajoy. Demasiado pronto para conocer el parte de heridos. Todavía solo se han sabido las primeras páginas de este culebrón por entregas de comisiones delictivas.

No obstante, el líder del PP vuelve a sonreír tras varios días de zozobra. Parece acostumbrarse peligrosamente a quedarse con la miel en los labios. Le viene ocurriendo desde que ganó en votos a Sánchez. Había mordido con esperanzas de éxito en la presa de Teresa Ribera, favorecido sobremanera por el pulso de Weber por el liderazgo del PPE, y cuando creía que la aún ministra –le ha costado demasiado dejar el cargo– sería acribillada en el Congreso, van sus compañeros en Bruselas y lo desairan. Le queda el consuelo nada baladí de haber forzado al socialismo a desatar el cordón sanitario de Meloni y Orbán. Más aún, atribulado por la manifiesta incapacidad y el polvorín político que arrastra el confabulador imperturbable Mazón, Feijoo se ha escapado del laberinto por la rendija que le proporciona la verborrea acusatoria de Aldama. Oro en paño.

Este nuevo terremoto confirma que no hay tregua para el sosiego. Sin recuperarse aún de la aprobación con fórceps de la reforma fiscal, resonando sin desmayo los ecos diarios de las nuevas tropelías políticas y las escalofriantes secuelas de la tragedia de Valencia, la sacudida del amigo de Koldo y de Ábalos acapara todos los focos porque remueve los cimientos por su morbo y trascendencia. Valdría posiblemente la veracidad tan solo de la mitad de las acusaciones vertidas ante el juez para que la legislatura alcanzara sin dilación un punto y aparte.

Nuevos capítulos

Tampoco acaba Begoña Gómez de respirar tranquila. Se le acumulan los flecos indagatorios semana a semana. Las acusaciones siempre parecen encontrar aire para insuflar la cometa. Desde luego, aquella profecía de que este proceso quedará reducido a cenizas tarda en cumplirse. Desde luego, se complica por una sucesión de torpezas e intromisiones que jamás debieron producirse o, como mínimo, haberse evitado.

Ahora, atentos a los nuevos capítulos. La auténtica expectación gira en torno al ventilador de las pruebas. Ahí radicará el grado de solvencia de este auténtico golpe de efecto que, hasta su definitiva depuración judicial, deja un reguero de indicios, suspicacias, puñaladas, venganzas, conspiraciones y temblores entre otros efectos absolutamente perniciosos para la ética y la estabilidad. Por si faltara algún aliciente malicioso, con Aldama en la calle, Interior tiene un quebradero de cabeza. Cualquier imputado por delitos graves que disponga de 70 millones en el extranjero y con contrastadas conexiones en infinidad de países, siente la fuga como una comprensible tentación.