El enconado duelo político esconde un ánimo revanchista. Las garras de la bronca permanecen afiladas. A la primera vuelta de página volverán los truenos. Hay dinamita desbordante. Para entonces las radios y cámaras ya se habrán ido de la zona cero de la catástrofe levantina. Descenderá, por tanto, el dolor y ese morbo que perniciosamente siempre lleva adherido la desgracia mientras se suceden las angustiosas reclamaciones de los daños sufridos. Llegará el tormentoso ajuste de cuentas. En algunos casos, obligado por profiláctico. No puede seguir en su cargo una consejera de Interior que desconoce la existencia en su tierra de alarmas en los móviles. Ni siquiera quienes son frágiles ante la verdad para camuflar su incapacidad. Mucho menos quien almuerza desoyendo la lluvia torrencial que arruina a los suyos. De paso, tampoco debería mantenerse la condición de periodista a los alucinógenos intoxicadores del barro. Pese a todo, queda lo más difícil: asumir la responsabilidad de tanta negligencia acumulada.

En la progresiva vuelta a la normalidad, suena el ruido de Podemos y Sumar desquiciando al Gobierno. Como disculpa emerge la presión fiscal sobre los poderosos, que siempre debe ser considerado un eufemístico recurso que mira a la galería electoral. En el caso del tándem Belarra-Iglesias lo es para hacerse un hueco aprovechando la onda expansiva de la marejada Errejón. En cuanto a sus antiguos compañeros, llega a modo de trampantojo para sacudirse así la depresión que tanto les atormenta. Y en el medio, la fragilidad galopante del Consejo de Ministros, que ve erosionar no solo su estabilidad sino la suficiente credibilidad. El enemigo, por supuesto, está dentro.

Así las cosas, los presupuestos suenan lógicamente a entelequia. Nadie da ahora un euro por su frágil futuro. Hasta la permanente amenaza de Junts a modo de chantaje aparece superada por las reivindicativas exigencias de los propios socios del PSOE, configurando así un surrealista escenario de consecuencias imprevisibles. En realidad, nada nuevo en esta legislatura asaeteada por un desdichado corolario de turbulencias y enconamientos. Hasta llegar a la catástrofe de la dana. Sus derivadas económicas y políticas aguardan en el Congreso. Y los primeros augurios desprenden animosidad. Bastará pulsar el ambiente en los plenos de la próxima semana, incluso sin la justificada presencia de Pedro Sánchez, principalmente, y de Teresa Ribera, para imaginarse el alcance de la tormenta que se avecina. Sirva como botón de muestra el imperdonable retraso para formalizar una apuesta compartida en favor de las ayudas compensatorias a las víctimas de semejante tragedia humana y social. Aunque resulta difícil de asimilar, los dos principales partidos españoles son incapaces de acordar el alcance de una indemnización millonaria para la tragedia más sobrecogedora que se recuerda. Nunca la política artera atrajo semejantes niveles de mezquindad.

UN PROBLEMA ENDÉMICO

Este virus de la fragilidad se ha inoculado en varias casas. En el PP, de manera especial. Es por ello que hacen denodados esfuerzos para sacudirse los efectos perniciosos que le acarrea la manifiesta inconsistencia de un presidente autonómico como Carlos Mazón, retratado como supremo ineficaz. Hasta tal punto llega su indolencia, que Feijóo no acierta a disolver semejante sofoco. Lo intenta a modo de ese conjuro de barones reunidos para que asuman un argumentario que les permita driblar la realidad de esa contrastada manifiesta incapacidad de su compañero presidente en la Comunidad Valenciana, más propicio al carpe diem que a la gestión comprometida. Condenados por la dura realidad de vídeos, audios y comunicados oficiales que les señala, el PP ha elegido como vía de escape la confrontación con el Gobierno central que siempre tiene adeptos para la causa.

En el PSOE, en cambio, la imputación del Tribunal Supremo a su exsecretario de organización José Luis Ábalos devuelve el desasosiego porque lleva la soga de la corrupción a la casa del ahorcado. Los tiros van ahora por elevación. Air Europa y el enigmático viaje de la venezolana Delcy Rodríguez ya son palabras mayores.

En Sumar, a su vez, porque siguen en el diván demostrando la inconsistencia del proyecto mientras IU sigue atizando las brasas a la espera de las comparecencias judiciales de Errejón y de su primera denunciante.

En La Moncloa, finalmente, porque son incapaces de contener la hemorragia de la maldita cátedra para regocijo de un amplio sector del alborotado ambiente madrileño.