Así es muy difícil seguir. Se puede hacer, claro que sí, pero a regañadientes, dándote golpes contra la cruda realidad. Hablamos de oxigenar artificialmente a esta legislatura herida de muerte en su credibilidad y evitar así su asfixia a corto plazo, justo el tiempo que permita la ley para convocar otras elecciones. Vuelve la acción política a verse sumida en el fango de la maldita corrupción con unas escalofriantes ramificaciones que, de momento, comprometen la supuesta honorabilidad de cualificados representantes de la vida institucional. Imaginarse en el curso de este mandato una mínima eficacia regulatoria, o un acercamiento en asuntos de Estado, incluso un mínimo respeto, suena tan quimérico como irreal. Bajo la efervescencia de las incontables ramificaciones del caso Koldo y de la acción implacable de los jueces contra Puigdemont, sin una ley de amnistía a la vista, los pronósticos sobre la estabilidad del actual gobierno se oscurecen a pasos agigantados.
Sánchez está acorralado como jamás se imaginó. Tal es la agobiante presión que pareciera haberse agotado su buen fario. Aquella ofensiva de los barones felipistas resuena como una pesadilla pasajera comparada con el zambombazo hiriente de las filtraciones desde Anticorrupción. Nada más cruel que ver asociada a su esposa con intereses bastardos. Nada más demoledor que ver inoculadas las corruptelas por las venas de dirigentes compañeros en su cruzada. Nada más humillante para él que verse comparado con el PP por las prácticas mafiosas.
En apenas dos semanas, el presidente se ha estrellado. El sonoro patinazo electoral de Galicia queda reducido a la nimiedad al agigantarse hora a hora una vergonzosa corrupción institucional ideada sin escrúpulos por una pandilla de embaucadores. Chorrea a borbotones la sangre de tantas heridas abiertas por estos facinerosos y muchos de sus cómplices, ingenuos o compadres, aquí y allá. Aún más. Sin reponerse de tanto susto sobrevenido, Sánchez ha tenido que asistir iracundo al golpe judicial que supone la acusación de Puigdemont como cerebro intelectual (?) del terrorismo callejero del procés. Demasiadas desgracias juntas, a la que debe sumarse por su singular importancia ese siempre inoportuno infarto sufrido por Turull que deja al líder de Waterloo sin su negociador de cabecera con los socialistas españoles. Y ahí sigue el borrador de la ley de amnistía esperando un acuerdo definitivo que se antoja cada vez más enroscado. La desesperación de ambos lados empieza a florecer porque el inmovilismo se ha adueñado de la negociación, cada vez más condicionada por la amenaza de las togas. Es imposible olvidar que el actual gobierno se sostiene sobre el firme compromiso de Sánchez de amnistiar a todos los encausados por la contestación independentista.
Demasiadas incógnitas
La especulación se ha apoderado del tablero político e institucional porque nadie es capaz de prever el devenir de este descomunal escándalo, dinamitado mediáticamente y presa de los intereses a cara descubierta de la oposición. La ciénaga habitual de las Cortes asoma desbordada, contaminada fácilmente hasta hacerse irrespirable por esa cascada diaria de filtraciones teledirigidas, suposiciones y rumores sin límite que superan con creces el eco de las escasas investigaciones sostenidas por el rigor. Por si algún aliciente faltara, Armengol se ha visto situada en el centro de la diana, de donde el PP no la soltará como perro que muerde a su presa. La gestión de la compra de mascarillas en Baleares y el manejo del dinero para abonar las facturas durante el gobierno de la actual presidenta del Congreso se intuyen, tan solo a primera vista, manifiestamente mejorables.
Ante semejante panorama, en puertas del arranque de una comisión de investigación en el Senado sobre estas tropelías, bajo la sombra permanente, por tanto, de una corrupción que erosiona al principal partido gobernante, la pregunta maliciosa descolla inmediata: ¿Cuál es el grado de confianza y de credibilidad de Pedro Sánchez?
El panorama emerge aterrador a corto y medio plazo para la coalición de izquierdas, como también lo es imaginarse la oposición inclemente de los populares azuzando sin miramientos las vergüenzas del contrario, que les resultan tan familiares. Quizá no podría esperarse otro signo deambulante para el devenir de una legislatura que empezó tejiendo una aritmética difícil como método de arriesgada supervivencia en el decidido intento de no resultar fallida.