Tiempos difíciles, tiempos propicios para las amistades de conveniencia. En esa coordenada de fundado riesgo para una mínima estabilidad a medio plazo se mueve el incierto futuro institucional que desprende el ajustado resultado del 23-J. Un simple vistazo a los desesperados intentos del PP por abrazarse a quien le aporte cinco escaños salvadores o una mirada de amplio espectro para otear el juego a cuatro bandas del PSOE retratan el devenir de unas negociaciones intrincadas que buscan desesperadamente su razón de ser. Nunca como ahora la composición de la Mesa del Congreso ha provocado semejante mercadeo. Un minuto antes de desatarse, el frenesí de pactos y desamores se ha cobrado ya la primera víctima. La renuncia de Maritxel Batet a la presidencia de la Cámara advierte de la penosa sucesión de descalabrantes escenas que, sin duda, se agolparán en el devenir de una legislatura condenada irremediablemente a la permanente hostilidad.

En el catálogo de amistades, la política sacude todos los tópicos. Así sucede con la destellante despedida de Espinosa de los Monteros, abandonando Vox con la mecha del seísmo interno prendida. En medio del debate atormentado que mantienen los dos principales partidos de la derecha sobre cuál debe ser su relación menos endemoniada, la retirada de uno de los portavoces parlamentarios mejor preparados para el combate dialéctico desnuda la inquietante mutación ideológica de este partido radical. Una elegante marcha en las formas que carga el diablo en su fondo. Sin estridencias en la diplomática que no auténtica justificación de tan significativo adiós, este desapego abre un boquete que adquiriría funestas consecuencias en una hipotética, que no imposible, repetición electoral. Azuzado ahora por los cerebros más intransigentes, la ultraderecha puede ser un peligro andante en demasiadas autonomías como respuesta desafiante a su declive. Y en su devenir puede atropellar al PP. Una compañía de riesgo, sin duda.

Para tormento, aunque bien disimulado en las chispeantes caras veraniegas de Félix Bolaños o María Jesús Montero, la pasión del PSOE en la búsqueda de los apoyos necesarios que faciliten la investidura de Sánchez. Pareciera por sus gestos y predicciones que ya disponen de la mayoría parlamentaria aunque el PP y sus aliados les aventajen, de momento, con holgura. Sin embargo, saben los socialistas que Feijóo ya no tiene amigos a quien llamar ni puertas a las que tocar para alcanzar los añorados 176 escaños. Por eso se ufanan en retratar reiteradamente la soledad del líder popular, empeñado en justificar sin desmayo su derecho a concurrir a la investidura. Eso sí, Cuca Gamarra no le hace ningún favor esgrimiendo con evidente torpeza algunas justificaciones nada edificantes para la higiene democrática de su país, que deberían ser reprendidas.

Sánchez aún no ha llegado a los votos que Feijóo tiene asegurados, asignando a éste el guiño siempre remolón de Coalición Canaria. Qué más da, viene a decir. Por eso, aun estando de vacaciones el presidente en funciones ya se ha apoderado del escenario para repartir intencionadamente las limosnas del Congreso. Que se visualice quién manda. Por eso no ha dudado en ofrecer las primeras prebendas a ERC a modo de engatusar indirectamente a Junts. Bien sabe que su vida política depende de la voluntad de Puigdemont. Aquel a quien iba a traer ante la Justicia agarrado de las orejas es ahora su compañero más deseado. Minado de bombas sistémicas teledirigidas desde Waterloo, pero asistido de un puñado de votos imprescindibles para la causa.

ERC hará acopio, a buen seguro, de todas las canonjías. Necesita barnizar cuanto antes su estrepitoso patinazo en relación a la Ley de Vivienda. El mismo partido capaz de desoír, junto a EH Bildu, la invasión de competencias que supone este nuevo texto tan vivamente impulsado por Unidas Podemos frente a la desgana del PSOE, se ha visto obligado a rectificar desde la Generalitat a instancias de un dictamen solicitado por sus rivales de Junts. No hay antibiótico político para atemperar el dolor de semejante puñalada. Ninguno suplicio mayor que doblar la rodilla ante tu enemigo acérrimo. La mala racha de los republicanos catalanes sigue imparable. En semejante debilidad encaran la difícil misión de atraer a la causa de la mayoría a sus antiguos compañeros de coalición. Asumen, no obstante, el riesgo del desaire en el intento. En la actual coyuntura que jamás imaginó, Puigdemont sólo atenderá a Sánchez.