Tiros en el pie
Es un fajador nato. Y golpea sonriente al hígado. No le importa el rival. Especialmente se esmera ante las dificultades más rocosas. Por todo ello enfervoriza a los suyos, les levanta el ánimo y avinagra a sus contrarios. Así se exhibe Pedro Sánchez en estado puro, el transformista de la mentira en simple rectificación, el enemigo visceral de toda la (ultra) derecha, pero el único salvavidas de la izquierda para no perecer ante un inexorable pacto de conveniencia entre PP y Vox que toma cuerpo a pasos tan inquietantes como agigantados. La cuenta atrás agónica para un PSOE incrédulo sobre la maldición de su suerte: dejar en manos del enemigo una economía recuperada después de un calvario sanitario y el azote interminable de una guerra.
La liturgia del 23-J enloquece. Los grandes anuncios propositivos se liquidan con entrevistadores de entretenimientos y guiñoles. El hilo conductor de la política estatal es cosa de Vox. La vida institucional de un sinfín de autonomías cae en manos de un patético cruce de cromos exclusivamente sobre banderas de igualdad y vetos lingüísticos. La bajada del IPC pasa desapercibida. Los debates electorales asemejan un juego de trileros. ¿Qué se sabe de la presidencia de turno del Consejo de la UE? Los lastimosos mimbres de una inquietante realidad sociopolítica.
Abascal tiene en su mano el presente y futuro inmediato de España. Para cerrar los ojos y taparse la cara, pero así de cierto. Ahora mismo, porque está zarandeando al PP hasta someterlo allá y cuando quiere. Lo hace sin prisa, eso sí apretando calculadamente las tuercas de toda negociación porque se sabe más imprescindible que nunca. Le favorece esa desbocado obsesión del equipo Feijóo por ensanchar la mancha azul del poder que en más de una ocasión desnuda sus incongruencias, como le acaba de ocurrir en Extremadura. Luego, tras el 23-J, porque solo con Vox podrá sacar el PP a Sánchez de La Moncloa. La ultraderecha ha pasado a ser decisoria mientras la izquierda sigue señalando el dedo cuando otro miran la luna.
En la familia socialista toma cuerpo la sensación creciente de que aún hay tiempo para la remontada. Son aquellos enardecidos por los réditos de las incontables incursiones televisivas de su líder –va a ser capaz, incluso, de ir al programa de La pija y la quinqui–; los mismos que advierten de los efectos perniciosos para las libertades del fraternal entendimiento PP-Vox y, con razón, de los resbalones sin cura que protagoniza Feijóo. Es muy probable que les ciegue su renovada ilusión. Que les impida ver cómo la derecha ha interiorizado fervientemente que sólo unida puede acabar con Sánchez. Que el debate en esta facción ideológica sobre el respeto a la diversidad sexual pasa de soslayo para millones y millones de votantes. Que hacen oídos sordos. Que la aceptación de Vox como un partido democrático más ya no provoca urticaria. Que en buena parte de ese censo, dejarse acompañar por EH Bildu como ha hecho el presidente socialista les repugna mucho más y por eso mismo se lo quieren hacer pagar.
En Valencia, la medianía política de Carlos Mazón dinamitó la preventiva estrategia de Feijóo. Le pudo la ansiedad por vengarse del pacto del Botànic y se dejó caer en manos de la intolerancia que negociaba enfrente. Quedaba abierta así una peligrosa espita que, día a día, los secuaces de Abascal han ido agrandando con ostentación y alevosía. La dolorosa caída de María Guardiola hasta ningunear su prestigio político escenifica el botín más preciado de Vox en este carrusel de conquistas institucionales que jamás pudo soñar un día Abascal cuando deambulaba pidiendo un sustento personal por la Puerta del Sol. Semejante trágala entre ambas formaciones augura el desenlace de las próximas elecciones. El derrocamiento de Sánchez está muy por encima de cuatro cuitas divergentes entre herederos del mismo árbol ideológico. La consigna es tan poderosa que aparece diáfana y rotunda: ni una distracción en el único objetivo a conseguir. Esperanza Aguirre se lo dejó muy claro a la dubitativa candidata extremeña cuando ésta asombró al personal apostando prácticamente su cabeza en favor de la honrada candidez de sus principios. El PP no debe hacer enfadar a Vox, que luego Feijóo lo puede pagar muy caro, le vino a decir con acritud la protectora de Díaz Ayuso. Guardiola, que ha sufrido todo un calvario personal propio de la bajeza que entraña la política, lo entendió en cuestión de horas. Las necesarias para disimular levemente su humillante rectificación y hacer oídos sordos, pero en este caso a su propia conciencia.