Sánchez mete la directa. Frente a los juicios de los de casa, a por los Presupuestos. Contra el griterío ensordecedor del PP, más caña a Israel. Ante el futuro incierto de la legislatura, aquí me tenéis como candidato para 2027. Así las cosas, recuperado del pulso alicaído, revestido de agitador humanitario en el escaparate idóneo de la ONU, aunque incómodo por la deplorable gestión de la ministra Redondo con las pulseras inservibles, el killer socialista ha vuelto con decisión. Por eso la derecha, cada día más enmarañada entre sus incongruencias y la ansiedad del poder, asiste perpleja a la inesperada metamorfosis que convierte ahora aquel júbilo vivido tras estallar el caso Koldo en un laberinto de angustiosas pesadillas que parecían superadas.

La crisis humanitaria de Gaza alienta sobremanera las expectativas de la izquierda para desesperación de Feijóo en su fuero interno. Permite al Gobierno de coalición navegar con el viento a favor durante bastante tiempo para combatir las adversas citaciones judiciales y también esos errores tan sangrantes de fondo y de altivez como los de la arrogante titular de Igualdad. Por si hiciera falta, siempre está a mano un buque de la Armada para socorrer en el mar –saltándose el reglamentario paso previo por el Congreso– a flotillas solidarias y desviar en 24 horas el foco del trago amargo que supondría la amenaza de un jurado popular valorando las nulas gestiones éticas de Begoña Gómez.

Además, la creciente oleada internacional del reconocimiento al Estado palestino –el discurso de Felipe VI incluido– insufla de ánimos al presidente para ultimar a velocidad de vértigo el borrador de presupuestos. Sánchez se ha propuesto sacar adelante las Cuentas frente al calendario adverso y la creencia generalizada –con mucha lógica– de que le resultará imposible. Sin embargo, Zapatero, su faro de guía en las tormentas, le susurra que es factible. Corre la voz de que Junts está por la mano, más allá de que guarde las apariencias manteniendo ese permanente quejido reivindicativo y que, al hacerlo, le asegura el protagonismo que tanto anhelan desde Waterloo.

En esta ecuación futurista tan determinante, otra cosa bien distinta es Podemos. Su línea actual de implacable hostigamiento solo augura palos en la rueda gubernamental. El desenfreno de Belarra y Montero con sus proclamas de izquierda indomable reverbera demasiado estridente. Pero un hipotético apoyo de Puigdemont colocaría ante un espejo cruel el afán revanchista que maquina Pablo Iglesias desde sus terminales tan diversas.

El PP asiste atónito a tanta adversidad acumulada en tan poco tiempo. Sus dirigentes se fueron felices de vacaciones. Cerdán en la cárcel; Koldo espolvoreaba el machismo de Ábalos; el Gobierno caía derrotado en el Congreso; el Fiscal General, al banquillo; la financiación catalana, en el alambre por el miedo escénico de la candidata andaluza Montero. Y en un abrir y cerrar de ojos hete aquí que se pilla el pie. Aparece el genocidio/masacre/catástrofe de Netanyahu; Vox sube como la espuma en las encuestas –las previsiones en Catalunya estremecen a los demócratas–; el novio de Ayuso, a juicio; el impostor Mazón se envalentona sin pudor coincidiendo con el dramático aniversario de la dana; y la UCO ya no crea alarma social. Razones suficientes para caer en depresión y favorecidas por el desconcierto que crea en Génova la irrupción del laboratorio de ideas de Espinosa de los Monteros, el candidato deseado para arrimar a todas las orillas desbocadas de la derecha, pero que apareció encantado en su presentación junto a la garganta profunda del impostor Victor de Aldama y del abominable líder de Desokupa.

Ministra prepotente

Frente a un panorama tan desolador, los populares necesitaban con aprensión una válvula de escape. Fue entonces cuando irrumpió el penoso escándalo de las fallidas alarmas para maltratadores. La disculpa perfecta para caldear el ambiente casero y contraponer el clima de euforia.

Asentada en una deplorable pero comprensible rentabilidad política, la derecha se ha alarmado por la arriesgada desprotección de algunas víctimas del acoso. Aunque nunca se han distinguido por favorecer el respeto de género, PP y Vox han abanderado la merecida reprobación de la titular de Igualdad con la significativa abstención de algunos partidos del bloque de investidura. No es baladí el gesto porque abre un boquete innecesario para el Gobierno, que se queda sin defensa. Hubiera bastado con que la testaruda Redondo se bajara del pedestal, reconociera el flagrante error hasta ahora silenciado y comprometiera el propósito de enmienda.