El papel lo aguanta todo. Mucho más en política porque se disfraza mejor. El PP se ha pillado los dedos con las tasas a eléctricas y bancos. Sánchez ha ido demasiado lejos con el impuesto a sus nuevos enemigos. Yolanda Díaz hace mutis por el foro en su afrenta perdida con las grandes distribuidoras. Junts lleva la maltrecha unidad del Govern al borde del precipicio, pero le entra vértigo y se lo piensa. Todos acaban rectificando su propósito inicial. Tampoco les importa demasiado. Siempre tienen a mano la disculpa. A cambio, ahí queda la huella. Hasta Olona recula tras darse cuenta ante el apóstol Santiago del riesgo que entraña la soberbia desmedida de una aventura en solitario cuando solo te jalean cuatro palmeros.

Feijóo transita a la búsqueda desesperada de una honrosa salida a su manifiesto tropezón energético. Enfrascado en esa línea de desgaste al Gobierno ni siquiera supo ver que sus hermanos de sangre en Europa soplan otros vientos en cuanto a buscar una salida a los alocados precios energéticos. Empecinado en negar el pan y la sal a Sánchez se contradijo de tal manera en un asunto de semejante envergadura emblemática para Europa que solo le queda el recurso de agarrarse a alguna enmienda convincente para así amortiguar el sonrojo y disimular el patinazo. Quizá esa táctica preventiva explique la insolvente imagen de un jefe de oposición leyendo las respuestas en una entrevista radiofónica, presumiblemente para no volverse a equivocar.

En el caso del presidente del Gobierno, se ha pasado de frenada. Lógicamente, la vicepresidenta Ribera evangeliza convencida con la tesis de que su gravamen y el que propone la UE son idénticos. Bien sabe que no. Una cosa es la tasa sobre los beneficios extraordinarios que plantea Bruselas y otra sobre los ingresos al margen del resultado, que desea la izquierda en La Moncloa. Más allá de la suerte final de tan importante debate, el Gobierno de coalición ha vuelto a marcar tendencia en un tema de enjundia y de hondo calado, como ya hizo con la excepción ibérica. No saldrá adelante el Midcat, pero nadie le podrá afear la capacidad propositiva. Más aún, Sánchez ya ha conseguido apropiarse del rédito ciudadano que entraña el anuncio de clavar una puya impositiva a las ganancias desmesuradas de los poderosos del Ibex, convertidos ahora en su nueva bestia negra. Aquellos con quienes se reunía para arrancar cada curso político entre sonrisas y diplomáticos abrazos se han convertido en la peste inmunda, en esos comensales de cenáculos que suspiran por la derecha en el poder, en esas manos negras que mueven como teleñecos a los medios de comunicación. Cuando estás nervioso ves enemigos hasta en tu propia sombra.

A modo de tranquilizante ha acudido servil Tezanos con una encuesta del CIS menos descorazonadora. Ya no hay ventaja del PP. Tampoco Sánchez le hace demasiado caso. Por eso insta a los suyos a batirse el cobre contando sin desmayo a los cuatro vientos que solo la izquierda se acuerda del débil y que tiene remedios para los desfavorecidos cuando vienen mal dadas. No será suficiente. Los barones así lo creen, temerosos de que el presidente les quite votos por esas alianzas parlamentarias que la España profunda apenas digiere, cuando no vomita.

Tampoco desde Unidas Podemos contribuirán mucho en las elecciones de mayo a sostener el poder territorial de la izquierda y así alentar las expectativas del PP en las generales. Las primeras cuentas por la vía de los sondeos alertan de una pérdida sensible en demasiadas instituciones porque la suma no asegura, ni de lejos, conservar sus actuales mayorías. Hay demasiado ruido en la coalición progresista para desesperación del PSOE. Quizá los lamentos de Page tengan más fundamento del que habitualmente se le atribuye. Sirva de referencia inmediata la deslavazada apuesta por el control de los precios de alimentación que ha dejado una huella nada aleccionadora. No hay unidad de acción entre los amigos y enemigos de Yolanda Díaz dentro de la misma casa y mucho menos cuando surgen quijotescas propuestas como ese tope a las hipotecas. Alguien debería recordar que en tiempos de zozobra no hay lugar para los experimentos con gaseosa.

Y hablando de inestabilidad, que pregunten en la Generalitat. Tienen un master. El independentismo es un camino minado. Puede saltar por los aires la coalición del actual Govern. Puede dinamitarse la relación interna en Junts. Puede surgir un nuevo símbolo irredentista con Laura Borrás. Aquí, la desunión dejará una huella imborrable.