Ya oficialmente primer ministro del Reino Unido: A la segunda ha ido la vencida. Ni dos meses después de ser vapuleado por Liz Truss, acaba de ver salir el cadáver político de su enemiga por la puerta del 10 de Downing Street, que es desde ayer su residencia oficial. No le arrienda nadie la ganancia. Lo tiene en arameo para remontar una situación económica desastrosa a juego con la de su propio partido, que jamás ha estado tan abajo en las encuestas; de hecho, hay sondeos que borran del mapa a los conservadores. También es verdad que eso puede ser un aliciente: desde el fondo solo se puede subir. Y si no fuera así, pues tampoco perdería nada. Otra dimisión, y a seguir disfrutando de su fortuna de 700 millones de libras.
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