No olvidar el pasado
La banda sonora es de Pablo Milanés: “Muchas veces te dije que antes de hacerlo había que pensarlo muy bien”. Cinco años menos un día después del heroico referéndum sobre la independencia de Catalunya, parece claro que faltó reflexión y sobró ímpetu. Lo han reconocido muchos de sus protagonistas, incluso varios de los que lo pagaron con cárcel y/o de los que lo siguen pagando con el extrañamiento. También alguno que supo nadar y guardar la ropa, como Gabriel Rufián, que el otro día confesaba la candidez de creer que el Estado no utilizaría la fuerza desmedida que vimos –yo estuve allí– en las calles catalanas el 1 de octubre de 2017. Y hay quien ha llegado más lejos, como el veterano Josep Lluis Carod Rovira, que le dijo en Onda Vasca a mi compañero Txema Gutiérrez que en aquella piscina no había agua. Palabras prácticamente literales, no muy diferentes de las pronunciadas por Artur Mas, uno de los que prendieron la mecha, admitiendo que se puso el carro delante de los bueyes. Más sincera aún fue Clara Ponsatí: “Lo que pasó yo creo que todos lo sabemos. Estábamos jugando al póquer y jugábamos de farol”.
Prolongar la agonía
De aquellos polvos, este descomunal lodazal en que están atrapadas ahora mismo todas las familias del soberanismo y, de forma especial, las dos que compiten por la hegemonía y que a la hora tardía de teclear estas líneas todavía comparten Govern aunque no se soportan. Resulta incomprensible que después de la colección de agravios cruzados, no hayan roto de una santa vez. Después de la patada de Aragonès a su vicepresidente, que es una clamorosa invitación a coger la puerta, no se entiende que Junts prolongue la agonía sabiendo que no hay modo de recomponer la relación. La única explicación posible es muy poco edificante: mantener unos centenares de puestos en los numerosos niveles de la administración. Sonará prosaico, pero la Historia está llena de casos en los que los ideales se acompasan a la necesidad de cobrar un sueldo.
Sin solución
Con todo, da igual que este gobierno dure un minuto más o menos. Ni siquiera una convocatoria electoral puede solucionar nada. En el mejor de los casos, habría que sumar la mayoría con los dos mismos partidos que han demostrado no ser capaces de remar en la misma dirección. En el peor, de las urnas saldría una mayoría alternativa que ya no tendría como principal objetivo avanzar hacia la república. En resumen, este camino lleno de sufrimiento para muchos (otros lo han transitado con gran comodidad) ha llevado, de momento, a ninguna parte. l