Terminé 2022 leyendo Goodbye things de Fumio Sasaki. Él lo tiene claro: vivir con menos no es vivir peor. Al contrario, es vivir mejor. Así que he arrancado enero atraído por algunas de sus reflexiones. No es que este autor japonés descubra la pólvora, pero en la radicalidad y la sencillez de su mensaje hay pequeñas recetas bien interesantes para este inicio de año en el que tantos nos marcaremos nuevos retos. Por eso, me puse manos a la obra y mi primera víctima ha sido mi parte del armario de la ropa. En el que corresponde a mi mujer, ahora que no nos oye nadie, haría falta que entrase el séptimo de caballería, pero mejor empezar dando ejemplo, ¿no? Lo diré sin medias tintas. Cuatro bolsas de ropa llevé al contenedor de Cáritas. Ahora, no solo el armario se ve como más liberado y mucho más ordenado, sino que yo también. Es así como, imbuido por este toque de minimalismo en versión de andar por casa, decidí ver el documental My stuff. En él, un joven que siente que tiene una vida vacía y, sin embargo, un piso lleno, decide llevar todas sus pertenencias a un almacén, hasta quedarse como vino al mundo. Durante todo un año se marcó dos reglas: solo podía recuperar una cosa cada día y no podía comprar nada nuevo. Su historia, como la que nos propone Sasaki, nos lanza una pregunta que si la rumiamos es como un inesperado pelotazo de nieve en el rostro: ¿cuáles son las cosas que realmente necesitas en la vida? Tratar de responderla con honestidad nos expone a una batalla personal porque pocos suscribirían la lista de Einstein para la felicidad: una mesa, una silla, un plato de fruta y un violín. Y una batalla social que Paul Levy resume en una palabra de los nativos americanos, wetiko, traducible como “el devorador de hombres”. Esa enfermedad que nos hace desear más de lo que necesitamos. No sé tú, pero yo con esto tengo reto hasta 2033.