Partido escoba
Desde la II Guerra Mundial, tomaron fuerza los partidos que aspiraban a cazar votos más allá de sus habituales cotos o pescar en caladeros ajenos. Los ciudadanos europeos vieron cómo sus principales partidos modulaban sus discursos para volverse atractivos para el mayor número posible de electores o, al menos, no generar animadversión. Para gobernar era imprescindible ser un partido escoba que supiese barrer fuera de la casa cuna. Hace años que esa tendencia de moderación y centralidad se ha ido rompiendo con la aparición de partidos extremistas, más por la derecha que por la izquierda. España y, sobre todo, Italia son ejemplos de libro. En Euskadi, los años del extremismo de ETA y su brazo político son los mismos en los que EAJ se convirtió en un partido casi único a nivel internacional, por su talento para conciliar electoralmente religión y laicismo, burguesía y proletariado, conservadurismo y progreso, mercado y Estado, individuo y comunidad, campo y ciudad. Su vocación de partido-nación nacido para transformar gobernando, lo convirtió en un partido vertebrador, para el que el tiempo, a la vista de los sondeos, no parece reducir su capacidad para barrer. La izquierda abertzale, con su conversión en Bildu, también aspira a pasar la escoba suavizando sus discursos y sus actos, y hasta su actual estética de camisas blancas y americanas que lucen sus dirigentes. Su apoyo al Gobierno del PSOE en las Cortes está en las antípodas de Idigoras abroncando a González con aquel “saquen sus sucias manos…”. Su reciente postura de apertura ante los parques eólicos es un ejemplo más de esta tendencia. Pero al pasar la escoba, uno puede levantar más polvo del que esperaba. Será interesante analizar si su escisión juvenil o los contrarios a estos parques que silban a una alcaldesa de Bildu son solo una fisura o una sima entre sus habituales votantes.