Hace no tanto el bipartidismo español saltó por los aires. Ciudadanos era el partido más votado en Catalunya y Podemos en Euskadi. Ambos eran los nuevos socios imprescindibles que habían nacido para cambiar el sistema y la forma de hacer política. Ahora, Ciudadanos no se presentará, consciente de su insignificancia, y el espacio que regentaba Podemos trata de agarrarse a la esperanza de hacer honor a su nombre y sumar para, en el mejor de los casos, con ello sostener al PSOE. Así que, al menos a nivel del Estado, no serán unas elecciones entre dos partidos, pero sí entre dos bloques: el de PP y Vox, aunque Feijóo se niegue a reconocerlo; y el del PSOE y los partidos que lo hicieron llegar a la Moncloa, tener presupuestos y aprobar medidas sociales de calado. Por ello, ambos avivan el temor a que gane el otro bloque. Soy el primero en verle las orejas al lobo de un gobierno de la derecha, al menos en su estilo madrileño. Sin embargo, aún me preocupa más que la única palanca electoral sea agrandar la profunda división social. Cuanto más profunda sea esta, más difícil será tender puentes a partir del 24 de julio. El cambio climático, la crisis demográfica, la lucha por la igualdad y contra la violencia machista, la reducción de la desigualdad, la sostenibilidad del sistema sanitario o de pensiones, el apoyo a una economía con empleos de calidad, o la plurinacionalidad del Estado, entre otros, nos remiten a problemas políticos de gran complejidad donde las soluciones de un solo bloque sólo serán parches o más gasolina al fuego político. Así que cuando leo que los esquimales nunca se enfurecen porque en una sociedad tan vulnerable, la cooperación les es indispensable y no pueden permitirse romper los lazos sociales, siento que el actual planteamiento de choque de trenes nos aboca, pese al acalorado ambiente político, a un largo invierno.