Esta misma semana había quedado con el televisor a eso de las ocho y media de la tarde. Se disputaba un partido de altos vuelos, porque se enfrentaban los dos primeros equipos de la Premier. El líder, Arsenal, ante el Manchester City. Quien ganara se encaramaba a la primera posición. No cabía un alfiler en el estadio, ni hubo tiempo para el respiro y la especulación. Partidazo. Hasta tal punto fue grandioso que, salvo una incursión por el baño para una pixarraquerie, ni me moví. Los habituales paseos para comprobar el estado de salud del frigorífico quedaron para mejor ocasión. ¡Inaudito!

Un, dos, tres, al escondite inglés

Con media hora de diferencia, la Liga de aquí recuperaba un partido aplazado. Real Madrid y Elche se miraban de frente en el Bernabéu. Coincidiendo con el descanso del duelo de Londres, toqué las teclas del zapping tratando de saber qué pasaba. No aguanté mucho, la verdad, porque el partido del Emirates y el de Madrid se parecían lo mismo que los astifinos de la ganadería de Pedraza de Yeltes a las vaquillas en fiestas de Vicálvaro. Siguiendo esa estela, el mismo sofá me acogió un par de días después en el Barça-Manchester United. Aquí se juegan continuar en la Europa League o quedarse en casa regando el jardín. Otro partidazo sin tregua, una locura desatada. Los de Erik ten Hag se comportaron como una catarata imparable. Queda el encuentro de vuelta de la eliminatoria, pero viéndoles jugar valoré mucho más la gesta de la Real quedando primera de grupo con los red devils por detrás. Es decir, dos encuentros que pudiéramos calificar de monumentos si habláramos de ciclismo. De los cuatro conjuntos, un, dos, tres, ingleses, no se escondieron para nada. Estaban muy lejos del juego de aquellos niños que recitaban “sin mover las manos, ni los pies”.

Son equipazos y contra uno de ellos, la Real dio la cara, asaltó la fortaleza y se dejó el alma. ¿De qué depende? Evidentemente, de la actitud y de la creencia en las posibilidades. En el orden que queráis. Esa es una constante vital del actual equipo. He leído entrevistas que no pasan desapercibidas, por ejemplo la de Illarramendi en estas mismas páginas. Permiten adivinar la realidad en la que se mueven y no existe ninguna conquista sin pasión. Pese a la hora en la que se disputó el partido, ante el Celta no cabía otra que seguir tirando del alma, del buen juego y de la contundencia en ambas áreas. Oyarzabal y Le Normand, desolado al final del trance por el autogol, se han asomado también a la ventana del sentido común con declaraciones que derraman madurez por los cuatro costados. ¡Gloria benedicta!

Imanol eligió a los mismos once jugadores de Cornellà para medirse a los gallegos. Conozco entrenadores que no repiten ni aunque les pongan chinchetas en la planta del pie, del mismo modo que otros optan por el continuismo. Si las cosas marchan bien, para qué cambiar. ¿De qué depende? Nunca se sabe. Es una realidad que en los últimos tres encuentros, el tramo final no ha sido el deseado. El Valladolid ganó en el último cuarto de hora, el Espanyol rozó la remontada en el mismo periodo del encuentro y ante el Celta, ídem del lienzo. Se veía venir. El tanto del empate llegó por accidente aunque, pocos minutos antes, el miedo paseaba a sus anchas por las inmediaciones de Remiro. Un uy, un ay, un poste, un mano a mano… No sé las razones, pero recularon mucho, dejaron de presionar adelante y eso que contaban con el marcador a favor, con un futbolista más por la expulsión de Tapia, por lo que ese apagón sorprende. Una pena porque en los dos últimos encuentros de casa se han escapado cinco puntos por la gatera.

No nos pasa nada si, en días de atasco, nos montamos con cinco atrás, pegamos pelotazos largos en busca de un palomitero, aunque sea a costa de renunciar al fútbol preciosista y de encaje. No cabe duda de que el míster sabe mejor que nadie cómo están físicamente algunos jugadores pero, cuando llega el momento de los cambios, la formación se descose. No es que baje los brazos, no es que se esconda, aunque la sensación que da es que desaparece. El 1-0 era peligroso. Suele ser recomendable cerrar los partidos, acertar en las definiciones y sentenciar para evitarte los disgustos postreros. El Celta creyó hasta el final y encontró lo que buscaba, pintando la cara a todo el que se le puso por delante.

Apunte con brillantina: Ander Elosegi ha decidido poner punto y final a seguir compitiendo al más alto nivel en el deporte que ama. La piragua, la canoa, el kayak han sido los mejores aliados. Solo ellos han escuchado sus confesiones y solo ellos saben lo que supone disputar cuatro Juegos Olímpicos y lograr otros tantos diplomas. Seguro que soñó con una medalla. Estuvo muy cerca de conseguirla, pero eso no oscurece una hoja de ruta excepcional, que contó con el esfuerzo de los técnicos y de las personas de su entorno. Uno más de los grandes deportistas de nuestro entorno, uno más del que sentirse orgulloso. ¡Gracias por todo, Ander!