Terminado el Mundial llegó el momento de recuperar las viejas sensaciones del fútbol local, justo el día en que los puestos de talos y chistorras echaron humo y contaron a miles el número de fieles degustadores de las sabrosas tradiciones. Con el olor de las fritangas y el regusto de los vinos peleones, tocaba partido copero en Coria. Viendo lo sucedido el día anterior y comprobando lo justo que pasaron algunos equipos de tronío, tocaba estar alerta sin despistarse. El equipo salió con el trifásico puesto, sin hacer bobadas y comprometido con la causa de demostrar su condición superior. A los veinte minutos ya ganaba por dos de diferencia, que fueron tres en el ecuador, poco después de que Brais lograra desde el punto de penalti redondear un muy destacable primer periodo.

El equipo volvía después de una pretemporada otoñal con dos amistosos y la consabida retahíla de lesiones. Este cambio de planes correspondía a la celebración del campeonato mundial en mitad del ejercicio. No cabía otra porque alguien avisó a tiempo de que en Catar en el mes de julio no aguantaban de pie ni Leo, ni Mbappé, ni Neymar, ni Cristiano, ni Luis Enrique, ni San Apapucio mártir. Seguro que hay gente que piensa diferente, pero me ha parecido una competición flojita, con pocos partidos cautivadores y ninguna nueva estrella rutilante.

He visto muchos partidos. Los de Japón, por Take Kubo; los de Francia, por Antoine Giezmann; los decepcionantes de Bélgica y Holanda; los de Argentina, porque me ha parecido de largo la mejor selección; los que pitaba Mateu; y los de Marruecos. También, el encuentro inaugural entre los anfitriones y Ecuador. Los futbolistas saltan al campo, agarrando de la mano a niños cuyo proceso de selección y procedencia ignoro. Lo primero corresponde a la interpretación de los himnos nacionales. Unos se cantan y otros, no. Los sudamericanos entonaron aquel día el ¡Salve, oh Patria! con todo el fervor del mundo.

La cámara de televisión hace el barrido de turno y mientras un futbolista se desgañita, delante de él, una niña se está meando de la risa porque, a lo visto, el jugador desafina cosa fina y la cría no puede evitar una carcajada angelical. Esas imágenes suelen gustarme más que las explicaciones de los iterativos sistemas de ataque y contención, donde no he apreciado grandes novedades. Sorpresa, eso sí, por el buen quehacer de algunos guardametas, del mismo modo que por Emmanuel Macron, medio descamisado en el palco y consolando en el césped al goleador francés. ¡Ils sont desolés!

En la Real se habla ese idioma. Un recién llegado como Momo Cho y un central amueblado, que atiende por Robin, lo practican. El primero de ellos volvía para demostrar condición en un terreno que no estaba para ditirambos. Corrió, se desmarcó y marcó un gol, el primero con la camisola txuri-urdin. Antes, Robert Navarro abrió la lata para tranquilizar a los suyos y enfriar al conjunto cauriense. Como el segundo tanto no tardó en llegar, se instaló la paz desde la seriedad y la eficacia a la hora de decidir cómo afrontar el partido y con quiénes. El míster demostró con claridad lo que pretendía.

El terreno de juego no aguantó las embestidas de las recientes lluvias torrenciales y constituía una dificultad añadida, tanto para dinamizar el juego como para evitar lesiones. Por ahí se puede entender el cambio de Silva, Zubimendi, Sorloth, Cho o Diego Rico, futbolistas decisivos en sus puestos. Ello supuso la presencia de mogollón de canteranos como Ander Martín, Guevara, Pacheco, Pablo Marín y Karrikaburu, el delantero que marcó los dos goles que redondeaban marcador y clasificación. Es una de las mejores noticias de la noche. Seguro que aquella niña catarí si llega a ver el modo en el que lograba el primero y con qué le dio, se hubiera hecho otra pixarraka. Misión cumplida y a esperar qué nos depara mañana el bombo.

Apunte con brillantina: por volver al Mundial y para que nos situemos todos. En los últimos cuatro encuentros, no ha habido un solo árbitro español, ni sobre el césped, ni en los monitores de las imágenes. ¡Ese es el prestigio del que presumen! Quien dirigió el Argentina-Países Bajos, en teoría el mejor trencilla, se cubrió de gloria y fue el mismo que en Cornellà ante el Espanyol protagonizó un despropósito que en un árbitro internacional no se sostiene y que rizó el rizo de tal manera que no le hicieron falta ni planchas, ni rulos, ni bigudíes. El atropello nos mandó a casa con la cara desencajada ¿Alguien será capaz en ese colectivo de hacer una autocrítica severa? ¡Feliz Navidad!