a decisión del Consejo Asesor del Plan de Protección Civil de Euskadi, LABI, presidido por el lehendakari, Iñigo Urkullu, de extender las restricciones a la movilidad y las relaciones sociales durante las festividades navideñas que se habían consensuado durante el último Consejo Interterritorial de Salud sitúa a la sociedad vasca ante al espejo de su propia realidad, en la que contrastan las demandas de mayor rigor y severidad ante la amenaza cierta de un peligroso incremento de los contagios con las consecuencias del cansancio social en forma de incomprensión hacia el detalle de alguna de las medidas. Pero, ¿de verdad es relevante el detalle? Frente a la mayoría de la sociedad vasca que viene haciendo gala de una encomiable responsabilidad durante los exigentes y largos diez meses de pandemia, las voces que todavía son capaces de expresar dudas respecto a la oportunidad del adelanto en dos horas del cierre de los establecimientos de hostelería, del inicio a las 00.30 horas del toque de queda en Nochebuena y Nochevieja, de la reducción a seis del número máximo de comensales ¿de verdad han contrastado el limitado esfuerzo y el verificado rendimiento en prevención de cumplir las restricciones o, en su defecto, el enorme riesgo y las enormes consecuencias, también contrastadas, de no cumplirlas? ¿De verdad es relevante que haya que posponer algunos contactos que no se mantienen regularmente, que no se pueda compartir mesa, que haya que adelantar las uvas? ¿Cuando en Euskadi se han producido más de 100.000 contagios y casi 3.000 fallecimientos? ¿Cuando más de 300 vascos permanecen hospitalizados, casi un centenar de ellos en las Unidades de Cuidados Intensivos? La extensión y gravedad del