i algo es constatable, y por tanto indubitable, según los datos diarios de transmisión del SAR-CoV-2 entre la sociedad vasca facilitados por el Departamento de Salud del Gobierno Vasco es que las restricciones funcionan a la hora de proteger la salud pública y que la limitación de las relaciones sociales permite diez días después adivinar el comienzo de un retroceso de esta última ola de COVID-19. No tanto, aunque también, por el número de contagios o porcentaje de los mismos respecto a las pruebas realizadas, que ha bajado de más del 10% al 7% pero en cuyo análisis estadístico se precisa incluir numerosas variables, sino por su efecto en la reducción del índice R0 y de la tasa de incidencia acumulada en 14 días por 100.000 habitantes. Basta apuntar que tras 36 días -desde el 7 de octubre- con el índice que marca el número de contagios por infectado por encima de 1, desde el pasado sábado 14 se halla por debajo de esa cifra y en descenso (0,87 el miércoles, 0,86 ayer). O que, de sumar entre el 1 y el 12 de noviembre más de 160 casos en la incidencia acumulada durante dos semanas, que la elevó hasta los 850 casos, cinco días después de ponerse en práctica las restricciones esa tasa inició un descenso que vuelve a situarla por debajo de los ochocientos (781 ayer), que es una cifra acumulada todavía sensiblemente alta -muy por encima de los 500 que señalan las zonas rojas- pero que rompe con la acumulación continuada. Así pues, las críticas u oposiciones a la puesta en práctica de las medidas y cierres ordenados desde el LABI se antojan simplemente improcedentes cuando no absolutamente insolidarias. Que la pandemia ha afectado, afecta y afectará a nuestro modo de vida, a nuestras costumbres y usos, y por tanto a la actividad socieoconómica, en mayor medida dependiendo de los sectores, es tan notorio que puede llegar a hacer comprensibles hasta cierto punto algunas resistencias a los cambios que implica enfrentarla. Pero mantener esa actitud, ya sea por intereses particulares o políticos, cuando la absoluta mayoría de la sociedad realiza ingentes esfuerzos para en lo inmediato preservar la salud y a medio plazo proteger el nivel de desarrollo humano alcanzado en nuestro país, solo puede ser fruto del egoísmo que alimenta a quien prefiere situarse al margen de la sociedad, cuando no contra ella, y pese a todas las evidencias pretende incumplir aquello que la salud pública, es decir, el bien común, le exige.