Vivimos, no sé si muy cansados o asqueados de lo público, pero desde luego en un ¡Ay! y en un ¡Oooh! continuos… “Giro inesperado en la regularización fiscal del rey emérito”. ¡Oooh! Y pensamos, ay, de muy apaleada manera, que tal vez les salga a devolver en todo ese embrollo de la calderilla que han soltado para calmar a los leones y será de milagro si nos libramos de un crowdfunding generalizado para pagarle los abogados y hasta las multas y los recargos, como han hecho con la marquesa sus compinches. Y en cuanto te asomas a lo que han rascado, que no debe ser mucho, el asombro crece porque se advierte que esa gente se mueve en otra órbita, en otro mundo, distinto al del común, como si tuviera razón la lerda de Díaz Ayuso, más personaje lombrosiano que nunca que, como ya es mayorcita, se viste y se peina sola, sin ayuda, dice El Mundo, y eso es noticia, noticia ¿Hay que hacer Ooooh, o hay que vomitar?. A lo que iba, que dice la IDA mayor del reino que el Borbón no es como el resto de los humanos -es decir que no puede tener molestas almorranas, entiendo yo- , no ya ante la ley, sino ante el aplastante despertar de la mayoría ciudadana con sus males de cabecera y bolsa, que son muchos. Envidiable limbo el suyo en el que le ha colocado una Transición que resulta modélica en la medida en que no se remueva ninguna institución del Estado. Un espejismo que ha durado demasiado.

En efecto, los Borbones no han sido ni son como el resto de la ciudadanía, sino que pertenecen a un planeta en el que los muy ricos danzan de aquí para allá arrojándose millones, como si fuera una tomatina de oro, mientras en la tierra-tierra, el vivir apurado, la muerte y la pobreza cabalgan y cargan a degüello que es un gusto, aunque el humo y el ruido del noticiero impida verlo en toda su crudeza. A ese planeta pertenecen todos los cortesanos de esta monarquía, que son más de los que aparecen en el Hola, esos que decían que no había, pero hay, y muchos, de nacionalidad ramillete, empezando por aquel pillo de Colón de Carvajal, ¿se acuerdan? ¿No? Ese es el problema, que andamos cortos de memoria porque tenemos los discos duros de nuestras seseras llenos de infamias, abusos y sandeces. No nos entra ni uno más, a no ser que vayamos vaciando lo más antiguo. Las andanzas financieras de quien fue mano derecha del rey en asuntos no solo de dineros, sino de guapas, pertenecen a una época en la que la monarquía tenía un blindaje informativo más férreo que el de hoy.

El hijo le va a quitar el título de rey a su padre, dicen, y no es en el Hola ni en El Caso… ¿Me asombro en falso o me encojo de hombros? “Esto no da más de sí”, dicen con una cierta esperanza los republicanos convencidos, pero muchos nos tememos que esto va para largo y que esta monarquía no hace tantas aguas como parece, en la medida en que la derecha, feroz o no, se ha apropiado de ella en exclusiva. Va siendo hora de reclamar una nueva constitución y todo lo que con ella va aparejado en lo territorial y en lo que a la recuperación del estado del bienestar se refiere, un nuevo régimen, le guste a la derecha golpista o no.

Monarquía, monarquía, pero el verdadero retrato de nuestra época y nuestro mundo es el incendio de la nave de Badalona en la que vivían inmigrantes y trabajadores en condiciones de precario, tres de los cuales han fallecido. Lo que cuenta son las palabras del alcalde Albiol, de un racismo repugnante, pronunciadas con la seguridad de ser ampliamente compartidas y aplaudidas por sus correligionarios. Esa es la realidad de un país que, como decía, el ruido y el humo mediáticos ocultan en sus negruras. Lo del Borbón no compromete a nada, te enfureces, haces burlas, lo de Badalona en cambio es tan serio, que como todo lo que es trágico, invita a mirar para otra parte, como si no fuera con nosotros, no vaya a ser que tengamos Badalonas a la puerta de casa, en extramuros, en los descampados, en los invernaderos o en las rebabas del hormigón -“Yo sin ilegales no soy operativo”, recuerdo que decía uno puro al morro- y haya que pringarse con esa gente que, encima, es imprescindible, algo que se olvida con la misma facilidad que su existencia. En los relojes se mira la hora, raras veces las tripas