i me quedo con lo que algunos partidos y medios me dicen, es casi mejor no salir de casa. Debería temer al virus, a las redes sociales, a la inmigración, al cambio climático, a los volcanes... y, ahora a esto que han llamado el gran apagón. Informarse se ha convertido en deporte de riesgo. Algunas cuestiones realmente son como para preocuparse. A otras, sinceramente, no les veo ni medio gramo para ser noticia, pero lo son y a lo grande. Y, en general, con unas y con otras, le deberíamos dar una pensada a si la forma en la que se nos transmiten no fomenta la sociedad del miedo. Porque si el covid parecía contagioso, el miedo no le anda lejos. Además, no distingue entre clases sociales y una vez que lo sientes, no es nada sencillo ya convencerse de que carece de sentido. Por eso, la primera víctima del miedo es nuestra capacidad de decidir por nosotros mismos. A más miedo, menor libertad. Así es como he recordado la frase del nombramiento de Franklin D. Roosvelt allá por 1933: "Lo único de lo que tenemos que tener miedo es del propio miedo". Políticos de su talla hicieron realidad una de las tareas más nobles que tiene la política: quitarle miedos a la gente. El Estado de Bienestar es un gran ejemplo de ello al conseguir que ciertas políticas públicas hicieran que la gente perdiera o moderase el miedo que tenían a la enfermedad, a la vejez, o a la pobreza. A menos miedo, más libertad. Pero, qué curioso, que ahora algunos utilicen la política o la información como fuelles de miedo, que con sus discursos y titulares avivan el fuego del temor para que este crezca y se extienda. Puede que este sea el gran apagón. Cortarnos la luz que la política y los medios deberían aportarnos para entender mejor lo que pasa y no solo sentir pánico. Seguir perdiendo energía para escapar de los miedos, en vez de invertirla en perseguir nuestros sueños.