a lectura de la declaración que el pasado 18 de octubre realizaron dos hombres, Arkaitz Rodriguez y Arnaldo Otegi, en nombre de la "izquierda independentista vasca" trajo a mi mente diversas estrofas musicales. En primer lugar debe reconocerse la positiva aportación que supone que esta familia política tan importante reconozca que la violencia de ETA "nunca debió haberse producido" y que "a nadie pudo satisfacer que todo aquello sucediera". Aunque en mí resonará El Último de la fila cantando "dónde estabas entonces cuando tanto te necesité", doy mucho valor a lo dicho. Sin embargo, todo no fue ETA. Sus actos no eran sino el más cruel de los síntomas de una pandemia que narcotizó la vida política vasca: apoyar el uso de la violencia para la defensa de ideas políticas. La convivencia no la rompió solo ETA, sino entre otros, los que además de aplaudir sus actos, convirtieron en la vida diaria, al adversario político, en enemigo. Porque no eran miembros de ETA quienes gritaban "ETA mátalos", o pintaban dianas en las paredes, o atacaban frecuentemente la librería Lagun en una versión vasca de la noche de los cristales rotos; o llamaban a un concejal del PP el día en que habían asesinado a su compañero para decirle "eres el siguiente"; o añadían a la estrofa de Barricada "pero alguien debe apretar el gatillo" el grito de ETA. Esta violencia me recordó a Benito Lertxundi cantando su famoso "hori ez, hori ez, hori ez". A los que pensábamos que aquello, como lo del GAL o las torturas, no estaba bien, lo más suave que se nos decía era que estábamos equivocados. Y aquí es donde resonó en mi interior la canción de Fito Me equivocaría otra vez. Me inquieta pensar que la amnesia de toda esa violencia que se dio en nuestras calles durante demasiado tiempo y de la que ETA no fue responsable, pueda provocar, precisamente, que alguien se vuelva a equivocar.